Demasiado a menudo algunos encierran al autor en su libro y sería útil, pues, acordarse, en unas líneas, del Prefacio de André Gide, en su edición de 1927, de las “Comidas Terrestres”.
“Unos me juzgan ordinariamente según ese libro de juventud como si la ética de las Comidas hubiese sido mi vida entera. Como si yo, el primero, no hubiese seguido el consejo que doy a mi lector. –Tira mi libro y déjame–. Si bien, yo dejé de ser inmediatamente el que fui en el tiempo cuando escribía las Comidas, al punto que cuando examino mi vida, el rasgo dominante que noto en ella, muy lejos de ser la inconstancia es, al contrario, la fealdad, y creo infinitamente escasa esa fealdad profunda del corazón y del pensamiento. Los que, antes de morir, pueden ver cumplido lo que se habían propuesto cumplir, pido que se les llame y me coloco entre ellos”.
Claro, los mensajes que dieron los Hombres de Pensamiento son consejos que seguir, son estímulos a una línea de conducta que ellos nos ofrecen; pero aún el escrito presentado no es más que una necesidad del momento, el cual requiere ser completado. Es, pues, una colección de obras que establecerá el sistema propuesto, necesitando todavía, y muy a menudo, una profunda meditación acerca de los temas expuestos. Esto me recuerda un pequeño incidente durante una conferencia en Australia. Había esbozado ya las grandes líneas de mi asunto, cuando llegué, por fin, al problema metafísico de la divinidad: “Dios no es bueno” dije y; en este momento, entre las numerosas personas de pie al fondo de la sala, crujió la puerta y una buena anciana se fue sin esperar que terminara mi frase. Yo continué: “Dios no es malo tampoco, porque si somos creados a su imagen, El no es hecho a la nuestra y no puede pues poseer esas condiciones demasiado humanas, pero El está simbolizado por su Perfecta Justicia”.
¿Cuántas veces fueron juzgados los hombres por una única frase? La inspiración primera de algunas palabras que constituyen una locución, justa o falsa, no puede servir para una sentencia definitiva. Es verdad que un mensaje puede caber en unas palabras, pero aún es necesario razonarlo, meditarlo y antes de todo Realizarlo. Lo he dicho muchas veces: el ejemplo no sirve para mucho; el sacrificio de Cristo no pide ser seguido sino solamente entendido. ¿Puede negarse todo de la enseñanza de Moisés porque cayó muerto un hombre frente a su poder magnético y acusar a ese gran Mesías de criminal?
Se espera demasiado de los Maestros ¡Como si al pronunciar una palabra ellos, pudiesen salvar todo! Claro, es poderosa la vibración de su verbo, pero se necesita aún estar sobre la misma radiación para recibir los efectos.
Esa cualidad psíquica permanece desconocida por casi todos y el ser humano sigue queriendo que sus problemas se resuelvan simplemente al escuchar o al leer los propósitos de un Ser, a quien considera superior. Pero, en realidad, muy a menudo él acepta o rehusa esta enseñanza según que corresponda o no a sus ideas anteriormente concebidas. Que se entregue tal Ser Superior –emblema de toda su devoción- a un acto típicamente humano, y el hombre lo rechazará con desprecio, a El que fue su gran guía; pero guardará todavía partes de la enseñanza, las cuales podrá utilizar para elevarse delante de sus contemporáneos.
Acaso no dije y repetí desde hace diez años: “¡Estudien el camino que les enseño y no miren a mi dedo!”. Se conoce la anécdota del Buda, quien detenía a la gente que buscaba al agresor, cuando un moribundo estaba ahí en el suelo con una saeta en la espalda... “¡Qué importa de dónde viene o quién arrojó el arma! Curen la herida ante todo”, dijo él.
Sí, qué importa de dónde viene la enseñanza o quien la enseña; se acepta o se rehusa el mensaje y esto independientemente de El que lo ofrece.
Se conversó demasiado acerca de los hombres mismos y muy poco acerca de lo que trajeron. Lo importante es la Lección que se puede aprovechar, más del sistema que se ha ofrecido, que de los actos mismos del que lo ofrece. El hombre moderno, y sobre todo el hombre occidental, está espiritualmente ciego, y como el Doctor Alexis Carrel dice (en “La Oración”): “El hundimiento de nuestra civilización se debe atribuir a la mala calidad del individuo. En realidad, lo espiritual se presenta tan indispensable al éxito de la vida con lo intelectual y lo material. Así, pues, es urgentísimo resucitar en nosotros mismos las actividades mentales, las cuales, mucho más que el genio, dan a la personalidad su fuerza. La más desconocida entre ellas es el sentido de lo sagrado o sentido religioso”.
Cuando se pide a los discípulos estudiar, y estudiar aún más, aunque de tal modo tengan que olvidar más después... es en el sentido de enseñar a interesarse en ellos mismos y no en los autores de las enseñanzas. Así, después podrían dedicarse al prójimo, sin estar embarazados con prejuicios.
Pero la documentación ofrecida se considera, a menudo, sobre el plano de un mecanismo especialmente intelectual. Se debería extender el conocimiento a otros planos más que a una función de retentiva; el Saber es un producto que se debe asimilar en los diversos estadios. Por fin, ya insistimos bastante sobre el hecho de transponer, y no de traducir, a su propio entendimiento; es decir, que una enseñanza siempre deja traslucir posibilidades de transplantarse a diversos planos donde encontrará su terreno de Cultura. Son las “capas” de las cuales habla el Zohar, es la lección esotérica a la cual se alude, cuando Jesús habla a sus discípulos (San Juan, XVI:12).
¿Pide un Maestro ejemplos idénticos a su sacrificio? ¿Insiste él en que sus discípulos le sigan en su calvario? ¡No! Se echa a cuestas las “culpas” (¡los pecados se dijo!), es decir, la ignorancia de la muchedumbre, y se hace responsable de ellas.
Un autor ofrece sus pensamientos, sobre todo para asociar con lo ajeno la satisfacción de su “hallazgo”; no anima sino indirectamente a sus discípulos en utilizar su método: lo que quiere, antes de todo, es una comprensión de su sistema como documentación traída al edificio del Saber Humano.
El hombre de pensamiento acaba un trabajo de síntesis que podrá facilitar la tarea a los verdaderos investigadores, en la obra personal que siempre queda por cumplir sobre sí mismo; porque, en realidad, la “Auto-Realización” siempre será la palabra final. Nunca podrá alguien sufrir la prueba definitiva por otro; cada uno debe beber, por lo menos una vez, el cáliz de la Iniciación Suprema.
¿Animé yo a alguien a acompañarme en mis peregrinaciones, a seguirme en las selvas o los yermos a partir a mis retiros en el Himalaya? La obra de uno, su experiencia, su misión, no puede servir a otro! No se puede ser sino el “Guía”, y los discípulos deben caminar aún, ¿qué digo yo?, ascender, lo que no les impedirá, una vez en el camino, alcanzar solos la cumbre.
“Me disgusta mi sabiduría, como abeja que amontonó demasiada miel. Necesito manos que pidan” dijo Zaratustra.
A los treinta años de edad, Zaratustra se aisló durante diez años; después decidió volver entre los hombres. En la selva encontró a un anciano, quien le reconoció y se dirigió a él: “Vivías en la soledad como en el mar, y el mar te llevaba. Ay de ti! Quieres, pues, volver a tierra, quieres, pues, arrastrar tú mismo tu cuerpo de nuevo?”.
Contestó Zaratustra: “Amo a los hombres”.
“¿Por qué, pues”, dijo el sabio, “me fui yo a los bosques y a la soledad? ¿No es porque amaba demasiado a los hombres? Ahora amo a Dios, no amo a los hombres. El hombre es una cosa demasiado imperfecta para mí. El amor del hombre me mataría”.
Contestó Zaratustra: “¿Que hable yo de amor? ¡Voy a hacer un regalo a los hombres!”.
“No les des nada” dijo el ermitaño. “Mas bien quítales algo y ayúdales a llevarlo; nada será mejor para ellos: con tal que a ti también te haga bien. Y si quieres dar, no les des más de una limosna y espera que te la pidan”.
“No” contestó Zaratustra, “no doy limosna. No soy bastante pobre para eso”.
Se puso a reír el Santo y habló así: “Esfuérzate entonces en hacerles aceptar tus tesoros. Ellos desconfían de los solitarios y no creen que vengamos a dar”.
Friederic Nietzsche dice también: “Antiguamente el espíritu era Dios, después se volvió hombre, ahora se puso turbamulta”.
En las montañas, el camino más corto va de una cumbre a otra; pero para seguir este camino es necesario que tengas largas piernas. Deben de ser cumbres, las máximas, y hombres grandes y recios, aquellos a quienes se habla.
Lo importante, hoy en día, es principalmente mejorar el estado mental de la humanidad; nos ocupamos demasiado de valores materiales, considerando el problema espiritual como secundario.
Muchos individuos no dejan atrás la edad psicológica de los diez años, dice el Dr. Alexis Carrel; la mayoría nunca alcanza la madurez mental.
Sin embargo, gracias a nuevas experimentaciones, las cuales acaban de revelar que el ser humano actual rejuvenece (se constató que, generalmente, el hombre de cincuenta años no parecía con más de cuarenta y seis, en comparación con el que vivía en las generaciones anteriores), podemos permitirnos igualmente un escalamiento en la subida del espíritu.
“Lo que pertenece esencialmente al campo de la vida”, escribió Claude Bernard, es lo que no pertenece ni a la química, ni a la física, ni a otra cosa; es la idea directriz de la evolución vital”.
Y continúa Alexis Carrel: “Parece que el desarrollo de la raza, como el del individuo, se hace bajo la impulsión de una fuerza inmanente, que tiene alguna analogía con el pensamiento; pero un pensamiento a la vez ciego y penetrante, pródigo y ecónomo, vacilante y cierto, muy diferente del pensamiento humano”.
La Paleontología, que progresa cada día con el propósito de estudiar los orígenes del hombre, es aún una ciencia muy incompleta. La historia hace investigar muy lejos el establecimiento de nuestra ascendencia entre los prehominianos, situando al hombre en una rama que se separó muy pronto de la de los chimpancés, de los gorilas, de los orangutanes, etc.. Hace unos años, aún se presentaba el “Neanderthaliano” y el “Pitecántropo” como si procedieran del “Driopiteco”, aunque hoy día se admite que el Pitecántropo está directamente relacionado con el “Propliopiteco” y, aun, al “Parapiteco”.
La célebre frase popular: “El hombre procede del mono”, tiene muy pocas posibilidades de sobrevivir, porque está hecha la prueba aún reciente de que el ser humano, si no es el producto de un manantial directo, e independiente de otros movimientos creativos, es en todo caso el producto de un linaje que aparece muy pronto entre las especies vivientes. Al mono se le considera actualmente como un pariente muy alejado del hombre, cuyo antepasado habría sido el “Tetonius” (nombre moderno del Anaptomorphus Homunculus), aquel tarsio lemúrido (de la Época Eocena), con el cráneo redondeado y con el cerebro relativamente desarrollado. En fin, no es cierto que los hominianos primitivos fuesen nuestros antepasados. Se descubrieron (en las grutas de la Yonne, en Francia) restos mortales que probarían que hominianos muy primitivos vivieron hasta una época todavía muy reciente. Por lo contrario, los restos del grupo “homo sapiens”, que se descubrieron (cerca de Swanscombe, en la terraza del Támesis) en 1935, comprueban que esta categoría de hombres vivía en una época pre-neanderthaliana.
El origen del hombre siempre preocupó a los investigadores: los paleontólogos, los antropólogos, los naturalistas, etc., quienes aún hoy día discuten ya sea sobre la cuestión de la aparición del primer “ser” considerado como humano, ya sea sobre el parentesco que se le debe atribuir en el progreso de las especies.
El Homo sapiens (esa categoría que clasifica al principio de la época Holocénica) de la edad actual, habría sido el resultado del perfeccionamiento del “hombre de la edad del reno”, cuyos restos se desenterraron en las capas del Pleistoceno superior. Se habría encontrado anteriormente el homo neanderthalensis quien representa, para ciertos investigadores, apenas una rama de los hominianos, porque según teorías modernas, el homo sapiens, el hombre de Neanderthal y el Pitecantropo fueron contemporáneos al fin del Terciario!
El Pitecántropo podría constituir un ramo lateral apagado de la rama de los hominianos, y no el “abuelo” del hombre actual, como se le creyó hasta ahora.
El Australopiteco (ha sido considerado presunto bisabuelo del hombre), llamado a veces “plesiantropus” y “parantropus” a fin de incluirle en la familia de los homínidos, habría pertenecido, según los paleontólogos actuales, a un grupo de antropoides que habrían evolucionado hacia la Humanidad, sin llegar a alcanzarla, y entonces el grupo habría desaparecido antes de llegar a ser completamente “humano”.
De igual modo, en lo que se refiere a la teoría de nuestros presuntos antepasados: el Driopiteco, por razones de anatomía comparada, excluye nuestra descendencia, de esos pequeños gorilas. Más bien, se debería concluir, en el punto actual de las investigaciones, que nuestra progenitura procede del Parapiteco de la Época Oligocena, y quien sabe si el descubrimiento de un fósil pre-hominiano no rechazara un origen dentro de la Edad Eocena, o bien, si otras teorías trastornaran los conceptos bien establecidos hoy en día y que podrían caducar tan rápidamente.
De todas maneras, es necesario establecer, ahora mismo, un orden aproximativo en la progenie del hombre: Parapiteco, Propliopiteco (o bien excluir este y hacer el enlace directamente con el Parapiteco) Pitecántropo, Neanderthaliano, y por fin, Homo Sapiens.
Aunque se sepa ya que el volumen del cerebro no da el único criterio para la prueba de la inteligencia (el ratón, por ejemplo, tiene un encéfalo más pesado que el del hombre en proporción con el peso total), es en este aspecto que el descubrimiento de nuevos hechos aceleró esta clase de investigaciones.
El cerebro se perfeccionó, pues, a medida que pasaban los millones de años. Evolucionando desde el aspecto rudimentario que presentaba entre los animales inferiores (como las medusas por ejemplo) el sistema nervioso llegó a una alta complejidad entre los mamíferos y principalmente en aquel tarsio, el cual algunos paleontólogos consideran como el antepasado probable del hombre. El Dr. Carrel, afirma que estamos lejos de conocer las relaciones entre lo cerebral y lo mental pero sabemos, dice, que el espíritu depende a la vez de la cantidad y de la cualidad de la materia cerebral y de las glándulas endocrinas. Esta es una citación interesante de aquel sabio del siglo XX, la cual apoya las teorías del antiguo Sistema Yoga, cuyo método entero reside en el mecanismo de esas glándulas mismas.
Por fin, queda mucho por decir acerca de esta ciencia que investiga la aparición del primer hombre, pues parece que faltan eslabones en esta cadena ya establecida. Se realizaron muchos progresos desde 1705 cuando un canónigo, médico de Zurich, encontró un esqueleto fosilizado en las canteras de Oeningen (Baviera), al cual unos presentaban como “el viejo pecador” amortajado durante el diluvio! (Este descubrimiento hizo estimar a un hombre de hace 4.000 años). En medio del siglo XVIII una hembra orangután, capturada en Borneo, atraía las muchedumbres al Zoo cerca de La Haya; el director explicaba que se habían encontrado allá muestras de hombres retirados en los bosques y que nacieron de la unión de monos y de indias! Por fin, en 1924, la explosión de un cartucho de dinamita en las canteras de Taungs (Bechuanaland), proyectó a los pies del geólogo Young el cráneo fosilizado de un niño. El Padre Breuil determinó allá, que eran los restos de un ser que habría vivido aproximadamente hace dos millones de años. Así, el fósil de Taungs es probablemente el “missing link” y se le llamó “Australopithecus Prometheus” (porque hay pruebas de que hacía fuego).
En una palabra, los sabios progresaron verdaderamente desde los descubrimientos de los primeros “sinantropus”, cuyo nombre se dio a los restos de hominianos encontrados a medida que se excavaba por casi todo el Globo; sin embargo, importantes discusiones quedan abiertas, especialmente cuando se trata de clasificar cada nuevo descubrimiento. Aunque el Australopiteco, descubierto en África del Sur, presente una capacidad cerebral ligeramente superior a la del actual chimpancé y que los dientes tengan ciertas características humanas, aunque también el hueco occipital esté situado más adelante que los antropoides y haga presagiar el estacionamiento vertical (estacionamiento, por lo demás, confirmado por el estudio de los huesos de la pelvis), no se ha confirmado todavía absolutamente que fuera el antepasado del hombre. Entre el Homo Sapiens y el Parapiteco, no se admite más hoy en día, ni el australopiteco, ni el driopiteco, ni el propliopiteco. Se reconocen al neanderthaliano y al pitecántropo como directamente relacionados con los hominianos del Oligoceno, pero todas las opiniones inclinan hacia la Época Eocena para situar, más arriba aún el origen del hombre.
Sea lo que sea, a través de todas esas transformaciones, a pesar de los cataclismos geológicos y de los obstáculos causados por los acontecimientos generales de la lucha por la vida, continuó el hombre su marcha, instruido por ese Espíritu Superior del Incognoscible.
Pero en el alba de nuestra civilización, la ascensión humana se hizo hacia dos direcciones: una (vía del entendimiento) hacia la ciencia, otra (emocional) hacia la religión.
Por fin, nuestra civilización, después de una época oscura (que sucedió a otras grandes civilizaciones) asciende luminosamente de nuevo, y, actualmente, a pesar de la falta de Ideología Trascendente, el Pensamiento Humano continúa su vuelo.
Si en más de 50.000 años, no ha habido cambio notable en el cerebro que se pueda medir, más bien parece que el aumento de los valores funcionales sea causado por modificaciones cualitativas de las células nerviosas y especialmente por secreciones de las células glandulares.
Como ya sabemos, desde Aristóteles, nuestro cuerpo es una unidad autónoma, cuyas partes están en relación funcional entre ellas, y existen como servidores del todo. Nuestro cuerpo compuesto de sangre, de tejidos y de espíritu, consta sobre todo del agua de la lluvia, de los manantiales y de los ríos. Este líquido contiene sales minerales y constituye el substratum de las células de la sangre: sodio, magnesio, calcio, potasio, cobre, hierro, zinc. También hay elementos llevados por los animales o las plantas: leche, materias hidrogenadas, grasas, azúcar, hojas de legumbres y raíces. Finalmente es necesario realizar que los elementos que entran en el compuesto del cuerpo humano son idénticos a los que componen los astros. De ahí esa similitud entre el macrocosmo y el microcosmo, acerca de la cual insistimos siempre al profesar el sistema Yoga que nos reveló esas correlaciones hace miles de años.
Todos los ocultistas conocen estas relaciones directas entre el cuerpo y los metales, los planetas, etc. (glándula pineal: oro, sol; glándula pituitaria: plata, luna; glándula tiroides: azogue, mercurio; etc.).
En su libro “El hombre, ese desconocido”, demuestra Alexis Carrel esa ley universal que rige al hombre como a la naturaleza. Demuestra por ejemplo que: “Los elementos químicos que entran en la composición del cuerpo, son idénticos a los que componen el sol, la luna o las estrellas. No hay diferencia ninguna entre el oxígeno atmosférico del planeta Marte y el oxígeno que respiramos. El hidrógeno contenido en la molécula de glicógeno del hígado, de los músculos y el calcio del esqueleto, son los mismos que el hidrógeno y el calcio de las llamas que cinematografió Mac Math en la atmósfera del sol. El hierro de los glóbulos rojos de la sangre es igual al de los meteoritos. Los átomos de sodio que ondean como una niebla ligera en los espacios intersiderales, podrían ser utilizados por nuestros tejidos, como los de la sal en nuestras comidas. En resumen, todos lo elementos químicos con los cuales está hecho nuestro cuerpo vienen del cosmos, de la tierra, del aire y del agua. Los elementos químicos se comportan de la misma manera en el interior como en el exterior del cuerpo. Desde Claude Bernard sabemos que las leyes de la fisiología son fundamentalmente las mismas que las de la mecánica, de la física y de la química. Los modos de ser de las cosas son invariables: por ejemplo, las leyes de las multitudes, de la capilaridad, de la ósmosis, de la hidrodinámica no cambian en la profundidad de nuestros tejidos”.
En resumen, dice además el sabio, “nuestro cuerpo es un fragmento del cosmos, arreglado de una manera muy particular, pero en el cual se manifiestan las mismas leyes que en el resto del mundo. Está constituido con los mismos elementos que su ambiente físico”.
Pero, el hecho más asombroso es el emerger de lo espiritual fuera de lo material, es la característica esencial de la sustancia con la cual somos hechos. El óvulo, aún cuando contiene en potencia un genio, no es muy diferente de los seres unicelulares, los cuales, durante el período arqueozoico del precámbrico, representaban el humilde principio de los vivientes sobre el haz de la tierra.
Una vez fecundado, el óvulo se divide y engendra al embrión, y éste llega a ser feto; después, nace el niño, y durante ese período el ser humano en potencia recorre de nuevo todas las transformaciones de la especie. Por decirlo así: en algunos meses vive de nuevo millones de años.
La ley de Fritz Müller (p. 385, XLIX, y 377) nos instruirá rápidamente acerca de esos asuntos de la Ontogénesis (transformaciones sufridas por el individuo desde la fecundación del huevo hasta su forma actual) y de la Paleontogénesis (ciencia de las transformaciones de la especie).
El paralelismo se entiende por la duración, en proporción de cada uno de los desarrollos, es decir, el embrión vive otra vez a un ritmo rapidísimo todas las etapas que recorrieron sus antepasados.
No se puede evitar esa vertiginosa prisa, puesto que el embrión sólo dispone de la duración de su propia gestación para vivir otra vez, desde el protozoario inicial, todas las etapas vividas por su raza: no sólo de la raza humana, sino también de todas las razas y de todas las especies que evolucionaron hasta el hombre. Globalmente, el embrión vive otra vez más dos millones de años en nueve meses.
Esa imperiosa obligación acarrea un fenómeno de aceleración siempre más tenso (la taquigénesis) y el embrión parece saltar las etapas que fueron breves en la evolución de la raza. Todo se verifica como si alguien descifrase un antiguo manuscrito, y como si leyese su trabajo cada día de nuevo; al principio de la lectura leerá muy rápidamente conociendo ya las líneas escritas, después leerá de nuevo más lentamente y por fin estudiará muy lentamente los últimos pasajes.
En ese proceso pues, al momento de la fecundación, el embrión es solamente un protozoario. Pero rápidamente será sucesivamente pez, anfibio, vertebrado aéreo, antropoide, hombre en el sentido colectivo, y, por fin, individuo.
* * *
Espontáneamente el huevo cae del ovario sin que necesite intervención ninguna. Generalmente llega a la matriz 12 o 15 días después de su salida del folículo. Puede ser fecundado en cualquier punto de su trayectoria. Los quince días que siguen a la aparición de la regla son, pues, por excelencia los quince días de la concepción... Entre todos los seres vivientes, la fecundación resulta de la unión del huevo con un elemento macho, siempre único: anterozoide (plantas) o espermatozoide (animales). Basta, pues, que un único espermatozoide se encuentre en la matriz, sobre el trayecto del huevo, para que el destino de aquello sea fijado.
Tal es el instante original para el organismo, que dentro de nueve meses, servirá de soporte al encarnado.
La primera señal del embrión es una gotera dirigida según un meridiano del huevo y que es nada mas que el esquicio del eje cerebroespinal; debajo de ese esquicio se constituye la cuerda dorsal. Ya llegamos a la aparición de los Cordados, la cual es la etapa de los moluscos; la paleontogénesis está ya en la época siluriana que se remonta a mil millones de años. Durante tan poco tiempo el embrión vivió otra vez el medio de vida de una especie; él tiende hacia la Edad en que aparece el “anfioxo”, antepasado de todos los vertebrados y también realmente del hombre; es el devoniano de hace aproximadamente 760 millones de años.
Para nosotros, lo importante es que entre todos los seres, y particularmente en el anfioxo, se reconocen las mismas etapas embrionarias; el procedimiento general del desarrollo es, en suma, el que describimos con el anfioxo, pero con modificaciones importantes, debidas bien a una gran aceleración en el modo de desarrollarse las partes, o bien a las condiciones en las cuales se cumple el desarrollo.
Esta gran aceleración es inalterable, puesto que acabamos de recorrer ya un cuarto del segundo período de mil millones de años, a los 760 millones de años que nos separan de los Cordados.
Aunque el enorme vitelo de los monotremas haya desaparecido y no sea representado más, sino por una vesícula hueca, el embrión se desarrolla, pues, a costa de un “vitelo fantasma”! Por fin se representan embriones de reptiles y de aves. Los monotremas ocupan la clase intermedia entre los mamíferos y las aves, cuyo tipo más conocido es el ornitorrinco que pone huevos y que tiene el pico y las patas palmeadas del pato, y que tiene también el pelo y las mamas (lactancia de los cachorros) de los mamíferos. Como anfibio, él representa el estado del paso de la vida acuática a la vida aérea.
Por fin, como resumen del conjunto, hagamos una lista:
Origen de la vida (2.000’000.000 de años): los PROTOZOARIOS.
Época Siluriana (1.000’000.000 de años): los CORDADOS.
Edad Carbonífera (500’000.000 de años): el ANFIOXO.
Edad Jurásica (77’000.000 de años): Los mamíferos, que reemplazan la postura de la incubación exterior de los huevos, por el parto de los pequeñitos, y entre los marsupiales, llevados todavía por la madre, con una bolsa para ser libres después.
El Terciario: época de los zircones (5’500.000). HOMO PRIMIGENITUS.
El Pleistoceno: (1’500.000 años): HOMO FABER.
El Moderno: (400.000 años): HOMO SAPIENS.
Todo esto se enuncia con fechas aproximadas, que se podrán rechazar a medida que se hagan nuevos descubrimientos, los cuales como hemos visto al principio de nuestra pequeña narración, trastornan las teorías y colocan otra vez el origen del hombre en una época más lejana. Sea lo que sea, lo que nos importa, ante todo, es constatar ese Principio Inteligente que rige por encima de todo.
Cuando nace, el niño no realiza directamente su encarnación; empleará aproximadamente doce meses antes de que aparezca el entendimiento, pero aún más: tanto desde el punto de vista mental como desde el punto de vista corporal, la evolución del individuo presenta alguna analogía con la evolución de la especie, como ya lo suponía Haeckel. La evolución filogénica del espíritu parece prefigurar su evolución ontogénica.
Según Bergson, la formación de la personalidad es equivalente a la creación de sí, por sí mismo. Esa creación de sí por sí mismo, consiste en sacar de nuestro cuerpo y de nuestra conciencia más de lo que contienen; consiste también en amoldar nuestra vida interior según un ideal, en edificar en nosotros mismos, con ayuda de materiales mediocres aún, un alma nueva y poderosa.
Sin embargo, no es únicamente tras el intelecto que encontrará el Ser la solución al Gran Problema, al cual lo mistifica siempre. Erudición y Prudencia son muy distintas, aunque sea posible asociarlas; pero los sabios (científicos) no son siempre discretos y los Prudentes Sabios no son necesariamente hombres de Ciencia.
Debemos guardarnos, al desarrollar la razón, de no detener el desarrollo del espíritu, porque sería peligroso ignorar que el secreto de la vida no está escrito en los libros. Demasiados sabios o filósofos rechazan como si no tuvieran realidad las cosas que no se pueden expresar en palabras, siendo que esto es, en parte, la razón del simbolismo en las enseñanzas esotéricas, las cuales presentan las ideas, como sellos emblemáticos.
Gracias a diversos símbolos, fórmulas, grafismos y glifos la Doctrina Iniciática puede ser transmitida, a través del transcurso de las Edades, a los diferentes pueblos, sin engañar al pensamiento original. Desde la antigüedad más alta, así se perpetuó la Tradición Esotérica, muy a menudo gracias a los elementos públicos detrás de los cuales se escondían las “Claves”. Recordémoslo otra vez más: los juegos de naipes que provienen de los taros, que proceden de las láminas (Arcanos) Secretos del Oriente, los dominós, el chilindrón, el juego de la oca... son otros tantos atributos a los entretenimientos de sociedad que preservan las “señas” y dan indicaciones mayores previendo el caso de grandes destrucciones de bibliotecas, como se verificó en Egipto en la Antigüedad. ¿Es necesario decir también que las canciones folklóricas recuerdan las “contraseñas”? Hasta en los vestidos provinciales, los adornos, los bailes, etc., se esconden lecciones, sin embargo desconocidas casi siempre de los que los utilizan, pues sólo son intermediarios que sin saberlo, transmiten esos mensajes de los Antiguos Colegios de Iniciación.
Por fin, detengámonos un poco, examinando un vehículo que sirvió con amplitud para perpetuar la ciencia sagrada y cuyo mensaje simbólico todavía se está estudiando hoy en día. Se trata de esta ciencia que floreció especialmente en la Edad Media: la Alquimia.
El término Alquimia viene del artículo árabe “Al” y de la palabra egipcia “Kemi”, que significa “tierra negra” (proviniendo de la palabra “chemia”, con la cual los nativos designaban su comarca, comparándola con un corazón).
La Al Quemia era la ciencia sacerdotal del Egipto, pero se debe entenderla, sobre todo, en el sentido de la Filosofía Hermética (Hay 7 Principios Herméticos: 1º Mentalismo, 2º Correspondencia, 3º Vibración, 4º Polaridad, 5º Ritmo, 6º Causa-Efecto, 7º Género).
La palabra misma “Hermes”, indica ya un misterio! Sería quizá el Taut de los fenicios, el Adris de los rabinos judíos y con la cual los griegos formaron: Hermes Trimegisto, el Maestro de los Maestros, el Tres veces Grande (Tri: tres veces y Mega: grande). A menos que sea un epónimo, él habría vivido 300 años físicamente y está considerado como el Padre de la Sabiduría Oculta y Fundador de los Colegios Esotéricos.
Nació en Egipto y fue iniciado a los conocimientos de la India, de Persia y de Etiopía. Prudente y conociendo todos los secretos, sería al mismo tiempo el inventor de la Música y de los diferentes ejercicios del cuerpo (los Egipcios practicaban también una especie de ejercicio de Hatha Yoga). Fundó la Aritmética, la medicina, el arte de los metales, la lira con tres cuerdas y arregló los tres tonos de la voz (el agudo simbolizando el verano, el grave el invierno y el mediano el otoño). Enseñó también a los hombres la manera de escribir sus pensamientos. (Permítanme precisamente citar el hecho de que los Egipcios poseían un código moral escrito hace más de 5.000 años, antes de la era cristiana).
Y es él quien instituyó las ceremonias para el culto a Dios y quien observó el curso de los astros (¿Se sabe que los astrónomos chinos de hace cerca de 5.000 años ya determinaban los solsticios y calculaban la duración del año?).
Por ello los griegos le dieron ese nombre de Hermes que significa Intérprete. En Egipto, instituyó los hieroglifos y eligió a un cierto número de iniciados, quienes podían ser depositarios de los secretos; fue el principio del Arte Sagrado (o Alquimia).
La Alquimia es primeramente esa antigua química, cuya operación consta, sobre todo, de transformar un metal vil en oro. Pero a través de esa transmutación del plomo para conseguir el metal precioso, los alquimistas descubrieron una muchedumbre de principios diferentes. Brevemente se divide la operación en 4 partes: 1º la “Solución” o licuefacción de la materia en agua mercurial por la semilla de la tierra; 2º Preparación del mercurio de los filósofos que volatiliza y espermatiza los cuerpos, despidiendo la humedad superflua y coagulando toda materia, bajo la forma de tierra pegajosa y metálica; 3º la corrupción que separa las substancias, las rectifica y las “reduce”; las aguas deben de haber sido separadas con “pesos y medidas”; 4º la generación y creación del azufre filosófico que “une” y “fija” las sustancias. Es por fin el cumplimiento de la piedra (la “piedra filosofal”): el misterio es acabado. Esas cuatro partes deslumbradoras: solución – ablución – reducción – fijación, comportan, como se puede percibir inmediatamente, otra significación que los elementos de química.
La alquimia no se debe entender únicamente en el sentido de "transmutar" el metal vil (plomo) en materia sublime (oro). Los adeptos escondían especialmente, detrás de esa ciencia: la investigación del Gran Principio, la investigación acerca de una Alquimia Espiritual. Ese trabajo de la "Gran Obra", como se le llama a veces, es muy bien entendido por el Dr. René Allendy de quien vamos a tomar su definición: "El hombre es idéntico al Universo; no sólo en su constitución o sus modalidades, sino aún en su constitución y su porvenir. La enfermedad representa en él, un accidente durante esa evolución, al mismo título que las imperfecciones materiales de nuestro Globo, considerado como una perpetua vía de depuración.
La curación constituye el mismo problema, por la materia que debe desembarazarse de sus impurezas, por el cuerpo que debe tender hacia la perfección y por el espíritu que debe encontrar su vía verdadera (o su verdadera actitud). Ese problema triple, cuyas partes no pueden ser completamente resueltas mientras las otras no lo sean, es de tal modo, que la curación verdadera y superior será accesible al hombre, solamente el día que el mundo entero haya llegado a la armonía final. Esa curación es una especie de redención, es la OBRA MAGNA bajo su triple forma: material (piedra filosofal), terapéutica (medicina Universal) y espiritual (cumplimiento místico)".
Una vez más, encontramos el método empleado desde hace miles de años por los Yogis. Esa transmutación, la cual en el sentido material representa el paso de un metal a otro (y que se explica por la alquimia espiritual de transformar los bajos instintos en sublimación mística) es el sistema mismo de la Yoga. Ante todo, tras el mantenimiento de un buen equilibrio orgánico, el Yogi practica el dominio de su cuerpo para llegar al dominio del espíritu; el método consta meramente de un control, el cual permite activar después una fuerza vital (Kundalini) a través de las diferentes glándulas (chakras), las cuales, gracias al ejercicio psico-físico, vibran con una tonalidad capaz de transformar toda la psicología del individuo.
Es la OBRA MAGNA Yoga, la cual reside en la transmutación de la energía vulgar (equivalente al plomo de los alquimistas, al centro sexual en el cuerpo) en dinamismo espiritual (el oro simbolizando en el cuerpo por la glándula pineal). En realidad podemos trazar fácilmente la equivalencia de esos 7 planetas que corresponden a las 7 glándulas, cuyas emanaciones están en relación con los 7 centros nervo-fluídicos (chakras), a los cuales los alquimistas simbolizan por los 7 metales principales. (Se debe notar que el símbolo gráfico de cada metal es idéntico al símbolo empleado por los demás astrónomos para designar los planetas, los cuales, por otra parte, están en correspondencia electromagnética, cada uno, con un metal, así como con un color, una nota de música, una glándula, etc.)
METAL: |
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ASTROS: |
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GLANDULAS: |
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PLEXUS: |
Oro |
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Sol |
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Pineal |
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Cerebral |
Plata |
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Luna |
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Pituitaria |
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Cavernoso |
Azogue |
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Mercurio |
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Tiroides |
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Faringeo |
Cobre |
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Venus |
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Timus |
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Cardiaca |
Hierro |
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Marte |
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Bazo |
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Solar |
Estaño |
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Júpiter |
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Suprarrenal D |
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Prostático |
Plomo |
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Saturno |
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Suprarrenal E |
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Sexual |
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CHAKRAS: |
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SENTIDOS: |
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ELEMENTOS: |
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Sahasrara |
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Conciencia Universal |
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Absoluto |
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Agna |
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Intuición |
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Mental |
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Vicuddha |
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Oído |
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Ether |
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Anahata |
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Gusto |
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Aire |
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Manipura |
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Vista |
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Fuego |
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Svadhisthana |
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Tacto |
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Agua |
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Muladhara |
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Olfato |
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Tierra |
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“No acaba Dios se ser creador y estar obrando continuamente” (San Jerónimo).
Según los maestros alquimistas hubieron tres elementos que participaron en la creación de la materia: el "Mercurio", el "Azufre" y la "Sal", que participaba de los dos primeros. La naturaleza hace mucho con poco.
La estrella de David (dos triángulos invertidos) es ya muy explícita para los que quieren darse el trabajo de meditar un poco. Ese sello representa el símbolo alquímico con sus dos elementos principales: Fuego (triángulo con la punta hacia arriba) y Agua (triángulo con la punta hacia abajo) con sus derivados: Aire (triángulo con la punta hacia arriba y atravesado por una raya) y Tierra (triángulo con la punta hacia abajo y atravesado por una raya). El elemento Fuego da la sequedad y la solidez (equivalente del azufre); el elemento Agua es húmedo y esencialmente fluido (calidad del mercurio); ambos son sometidos a la influencia de un principio Único, Inmaterial, al cual los filósofos herméticos llaman: "AZOTH" (Espíritu Universal).
En fin, la alquimia no es una vaga superstición como ciertos investigadores intentaron hacerlo creer. Para convencerse de esto, bastaría documentarse con algunas obras que tratar de este asunto y de las cuales he aquí una lista, a todas luces útil.
M. Berthelot: Los Orígenes de la Alquimia.
Figuier: La Alquimia y los Alquimistas.
Zozime Panopolitain: Virtud y Composición de las Aguas. Su manuscrito, El Arte Sagrado de Hacer el Oro, es una enseñanza muy preciosa.
Synesius: Tratado de la Piedra Filosofal.
Aristeo: Turba Philosophorum.
María la Profetisa: Diálogo entre Aros y María acerca del Magisterio de Hermes.
El período de la literatura alquímica empieza sobre todo con Geber, quien es autor de numerosas obras: Suma de Perfección del Magisterio (que es su obra principal), Liber investigationis magisterii, Testamentum Geberi, regis Indiae, Alchimia Geberi¸ etc.
Morien: Conversación entre el Rey y el filósofo Morien.
Por fin, Alberto el Magno, Obispo de Ratisbona, es el gran vulgarizador, no solo de la alquimia sino de la astrología y sobre todo de la magia. Sin embargo, no se debería dar crédito a una multitud de libritos populares que se editaron en su nombre, largo tiempo después de su época. En el asunto que nos interesa aquí, él es el autor de numerosos tratados importantes; los principales son ciertamente: De Alchimia y Philisophorum Lapide. Su discípulo, Santo Tomás de Aquino, célebre catedrático de la Iglesia Católica Romana, escribió, además de su obra Teológica, numerosas obras acerca de la astrología y de la magia; particularmente en el campo alquímico se puede citar: De esse et essentia mineralium, Liber lilii Benedicti, Secreta alchimiae magna, Tractatus alchimiae.
Roger Bacon resume gran parte de su doctrina en Opus Majus y continúa en las obras: Speculum Secretum, Speculum alchimiae, Breve brevarium de dono Dei, Tractatus Trium verborum, Alchimias Major.
La obra maestra de Arnaud de Villenueve es, sin duda, Speculum alchimiae, Rosarius Philosophorum, Novum Lumen, Flos Florum.
Raymond Lulle, quien consiguió una transmutación auténtica en la corte de Inglaterra, dejó numerosas obras científicas y filosóficas; como autor alquímico se le deben citar los libros: Testamentum, Ars Magna, Ars Brevis, Elucidatio Testamenti, Clavícula seu Apertorium, Compedium artis alchimiae.
Georges Ripley: Libro de las XII Puertas.
El misterioso Nicolás Flamel, quien trabajó durante 25 años para descubrir la proyección de la plata el 17 de enero de 1382, y la transmutación en oro el 25 de abril siguiente. Se dice que su esposa, doña Pernela, no falleció porque Flamel se hubiera unido a ella misma y se hubiera absorbido a sí, sino que ellos reconstituyeron el androginado. Es asombroso encontrar en el nombre mismo, una predisposición simbólica: "Nicolás", en griego, significa "vencedor de la piedra… y "Flamel", se acerca al latín "Flamma"... la llama... el fuego.
Aunque reine un ámbito mitológico, alrededor de este sabio fue autenticado, incluso por los historiadores, el carácter científico de su trabajo. La numismática trae, además, pruebas de sus monedas y medallas hechas con el procedimiento alquímico. Numerosas colecciones (especialmente en Inglaterra) atestiguan su fabricación artificial del oro. Entre sus obras anotamos: Libro de Nicolás Flamel, El deseo deseado, Sumario Filosófico.
Conde Bernard: De Chimia, Magnisimo Secreto de los Filósofos, De chimico miraculo quod lapiden philosophorum appelant, La palabra abandonada, Acerca de la Filosofía Natural de los Metales.
Basilio Valentin deja también numerosas obras; sus textos, a menudo muy crípticos, (algunas "claves" fueron expuestas en mi libro "Los Misterios Revelados") son estudiados todavía en las escuelas esotéricas actuales; en sus obras destacan Currus triumphalis antimoni, Las 12 Claves de la Filosofía, De magno lapide aniiquissimorum, Ultimun testamentum, El Azoth de los Filósofos.
Teofrasto Bombastus Von Hohenheim, conocido mejor bajo el seudónimo de Paracelso, el médico milagroso, deja un monumento científico; ese Doctor de la Edad Media, autor de tratados importantes (tal como "La Fisiología Humana y natural") fue un verdadero sabio que dejó una muchedumbre de enseñanzas, entre las cuales se puede citar las que son propiamente alquímicas: Coelum Philosophorum, Thesaurus Thesaurum, De transmutationibus metallorum, Manuale sirve de lapide philisophico medicinali.
Denis Zachaire compuso: Opúsculo de la verdadera filosofía natural de los metales.
Gastón Claveus: Apología de la crisopea y de la argiropea, Filosofía Química. También redactó tratados como Acerca de la triple preparación del oro y de la plata, Acerca del modo verdadero para fabricar la piedra de los filósofos.
Nicolás Bernard es autor de tratados de importancia secundaria, como: Brevis elucidatio arcani philosophorum, Theosophiae Palmarium, Processus aliquot chemici, Dictasapientum.
Ireneo Filaleteo es el autor de uno de los mejores tratados de alquimia, que se llama: Introitos apertus ad occlusum regis palatium.
¿Debemos citar también algunas obras para animar al estudio de quienes se jacten en juzgar demasiado rápidamente la alquimia, sin conocer nada de ella? Que se estudie, pues, un poco más, el análisis de los detalles del Museum Hermeticum que consta de 22 tratados, o el Theatrum Chemicum con 6 volúmenes que contienen 138 tratados de Manget; también, Biblioteca Chemica, que reproduce 130 tratados, muy escasos.
La mayor parte de los autores son tan serios, que animan la confianza en la investigación. Al principio del Siglo XVII han sido sobre todo: Philippe Muller, Jean Torneburg, Michael Maie, Ortelien, Poterius, Samuel Norton, Barón de Beausoleis, Davia Planis Campe, Jean Duchesne, Benjamín Mustapha... ¿Debemos insistir también sobre nombres como Robert Fludd, Van Helmont o Jacob Boheme?
Entre los modernos están Marcellin Berthelot, Papus, Jollivet Castelot, Eliphas Levi, Barlet, Albert Poisson, etc. y tenemos que omitir tantas personalidades, que se clasificaron entre los investigadores de la Verdad.
Claro, esa "Verdad" no se encuentra exclusivamente en los libros y en los tratados, pero los escritos, para nosotros, son semejantes a soportes, bases para nuestras meditaciones, porque conocemos demasiado y conocemos demasiado poco al mismo tiempo. Se debe seguir el estudio para penetrar el misterio, o abandonar todo, para dejar entera libertad a nuestra intuición real. Esas son 2 grandes líneas de conducta que se motivan: una por el intelecto (la razón), otra por los sentimientos (la emoción). Los Colegios Iniciáticos hacen progresar a sus discípulos en los dos planos: uno positivo (activo), por el estudio de la ciencia comprendida en su totalidad y sus derivados como la Didáctica; otro, negativo (pasivo), por la práctica de la Religión entendida en su sentido más amplio, y sobre todo con su significación verdadera (como ya se definió al final del primer capítulo del Propósito Psicológico No. III), con sus derivados igualmente, como el Arte por ejemplo. Es, en realidad, la Vía de los Maestros, esos guías Espirituales, esos Grandes Místicos.
El Místico es un ser que se encuentra en relación con una zona de conocimiento supra normal, supra racional. Pertenece a la categoría de los Sabios, de los Magos, de los Iniciados, de los espíritus excepcionales, sin religión de dogmas o de rituales, de culto, sino de un Ideal de Justicia, un postulado de todas las épocas, es la Inmanencia Espiritual.
Este estímulo hacia el misticismo sin religión ritualista, está mencionado en la Biblia: Isaías I: “¿Para qué a mí, la multitud de vuestros sacrificios?” Dijo Jehová. ¿Quién demandó hollar mis atrios?... No me traigáis más vano presente: el perfume me es abominación... luna nueva y sábado, y el convocar asambleas... cuando multiplicarais las oraciones ya no oiré" (versículos 11 al 15). En el capítulo VI de Jeremías (versículo 20), Dios dirige las mismas palabras a los hombres, como si fuesen repetidas a Amós otra vez: (V: 14-24) "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, no me dan buen olor vuestras asambleas... Quita de mí la multitud de tus cantares, que no escucharé la salmodia de tus instrumentos".
¿De dónde viene esa prohibición del ritual en las escrituras? Siempre se admitió el ceremonial porque tenía carácter sagrado y propio de la religión. Cierto, pero es necesario aplicar todas las reglas y desde hace largo tiempo fueron desfigurados los ritos.
El "Rito" (del sánscrito "rita", que significa: "Orden") es lo que corresponde a la producción del Universo manifestado. El resultado será la iluminación (teoría que se encuentra en todas las tradiciones: es el Fiat Lux del Génesis, por ejemplo). Del "Caos", que son las "tinieblas" (lo indefinido), es necesario llegar a la conciencia cósmica (el cosmos que es lo definido).
Es sin razón que habla de "Rito" la Francmasonería. Se debe escribir el "Rit", que son los diferentes sistemas de organización de los Centros Iniciáticos (por ejemplo: "el Rit" Antiguo y Aceptado)1.
Etimológicamente, es lo que se cumplió conforme al Orden. Aún fuera de las sociedades secretas o de las Ordenes Esotéricas, son numerosos los "Rits" iniciáticos; cualquier acto de la vida corriente toma un carácter ritual, puesto que nuestra civilización es tradicionalista y todo se cumple según un orden (imitado o reproducido, según un nivel de manifestación, pero siempre según el proceso mismo del Orden, del Rit original).
Es sobre todo la aplicación ritual, la que arruina los sistemas religiosos, al punto de que algunas ceremonias se ejecutan con tan poco sentido sagrado, que se hace difícil encontrar en ellas el carácter divino. Algunos sacerdotes, muy escasos, ofician todavía en conformidad con las reglas y con comprensión perfecta de sus actos, pero muy a menudo las mismas misas no tienen más que un valor representativo, muy alejado del Rit Original.
Reproducir exactamente el proceso ceremonial no es la única condición, porque se deberá aún poner en movimiento fuerzas que solamente un Iniciado verdadero es capaz de llamar. Eso se comprende fácilmente con el hecho de que una palabra sagrada, aún cuando se la conoce, no puede servir para nada si se ignora cómo, cuándo y por qué se debe utilizarla. El poder del verbo es una ciencia muy importante que depende de la Alta Magia y el estudio sobre el modo de pronunciar las palabras sagradas, ocupa una parte importante en la Qabbala, así como el arte de la pronunciación entre los Indios y los Tibetanos, en lo que se refiere al derecho de practicar los "Mantras".
El Mantra-Shastra es la escritura revelada de las fórmulas herméticas, es el libro de los Poderes del sonido. Un Mantram es una fórmula mágica, una encantación sagrada, es el poder del verbo que se manifiesta tras vibraciones especiales. Hay diversas clases de Mantras y cada uno tiene resultados diversos. Son los Mantras los que originaron el canto, así como el baile fue creado a partir de los Mudras.
Los Mudras (ademanes) son procedimientos para apresurar el efecto de las posturas en la Yoga, pero se emplean igualmente para activar el movimiento en la magia operacional.
El Sadhak (adepto de la Yoga), a fin de adquirir un estado supranormal, se coloca en "asana" (posición), completada por los mudras correspondientes, después de haber practicado sus pranayamas (registro del aliento); modula sus mantras al mismo tiempo que se ayuda con su técnica especial de concentración. Modulando sus palabras sagradas (como AUM por ejemplo), él se transpone en otro plano gracias a la interpretación del "Mantra".
El Mantra es la medida de los Tres Mundos. Designa, por ejemplo, los tres elementos que constituyen el AUM y permite al Yoghi gracias a la meditación acerca de ese Mantra, llegar a ser él mismo la medida de toda cosa (existencia universal).
Mantra equivale a la palabra hebraica "Middah".
Una vez alcanzado este estadio, se puede en cierto modo considerar que se vive en un quinto elemento. Consideramos de nuevo nuestra lista de analogías entre los metales, planetas, glándulas, etc..
Notamos que el quinto grado (cuando desarrolla completamente el Yogi la iluminación del Viccudha-Chakra) corresponde al mercurio, el cual toma las formas más diversas según el recipiente en el cual se le coloca: se adapta, así como el Yogi, quien habiendo alcanzado ese estadio, llega a ser él mismo la medida de toda cosa... Se debe notar también que el Saddhak que llegó a ese estadio, sobresale de los 4 elementos (tierra-agua-fuego y aire) para deshacerse en el Eather. Este principio, que se encuentra en los elementos constitutivos orgánicos, es lo que los alquimistas llamaron La Quinta Esencia o Quinto Principio. El Æther es la síntesis de los 4 elementos, es decir, una operación que consiste en volver a la Unidad de los "elementarios".
El Elementario es lo que constituye un elemento simple. Hay moléculas elementarias que constituyen otras moléculas (las integrantes); en la física antigua se habla de FUEGO ELEMENTARIO, el cual sería un elemento primitivo, el origen del fuego que existe hoy. En el ocultismo, se da el nombre de "elementarios" a los espíritus de esencia muy sutil, quienes reinan sobre los elementos (la salamandra sobre el fuego, los silfos sobre el aire, los gnomos sobre la tierra, las ondinas sobre el agua), los cuales no se deben confundir con el "Elementhal". Los Elementarios, pues, son entidades humanas, seres evolucionados, Espíritus inmortales, quienes terminaron el ciclo de reencarnación y los cuales están listos a reintegrarse al Absoluto. Su presencia en los elementos (tierra, agua, aire y fuego) indica que provienen de una vibración muy elevada y acercada a Dios (Ain-Soph); constituyen en cierto modo las 4 categorías del tetragrama Yod-He-Vaw-Hé. Desde el Absoluto, pues la entidad primitiva pasa por el estado de los elementares y los elementhales, antes de pertenecer al reino humano y de volver a la categoría de los elementarios, para volver al Absoluto.
Los "elementares" son los espíritus de los elementos no evolucionados. En ocultismo no hay empleo ninguno del singular para este término (el elemental es por sí mismo una entidad diferente de los elementares). Los elementares todavía son groseros y no tienen individualidad en el sentido general; sirven como almas a los animales (y puesto que el alma animal es colectiva, se comprende mejor el sentido del plural en este término). Los elementares provienen de la esencia primitiva (Ain-Soph) cuando se manifiesta el Absoluto; viven en el mundo de los elementos, gobiernan a la Naturaleza y organizan el mundo animal antes de poder perfeccionarse e integrarse en "elementhales", para pasar después al reino humano.
Los “elementales” son los espíritus que viven en los elementos y que no deben confundirse con los “elementarios”. Los elementales, o mejor dicho, los "elementhales" (para que no se confundan con el plural posible de elemental en elementares) son las entidades astrales, las cuales frecuentan al mundo psíquico, y que son tan peligrosas para los espíritas, quienes hacen experiencias de mediumnidad y quienes siempre captan los efluvios de las comarcas bajas, en donde precisamente esos elementhales buscan una envoltura para manifestarse. Después de perfeccionarse, los elementhales pasan al mundo de los elementares, para ser absorbidos de nuevo por el Absoluto de donde todo emana y a donde todo debe volver.
El elementhal es pues una entidad especial de los elementares y proviene sobre todo de los polvos astrales, o bien de elementares que están listos a pasar a la cadena humana y que esperan así este estadio.
Se llama "elemento" a un cuerpo simple, formado con una sustancia única; la física antigua aceptaba 4 elementos: tierra, agua, aire y fuego. La palabra elemento incluye también el principio constitutivo de una cosa; por analogía se entiende pues: un lugar, un sitio, o una cosa esencial. Se sabe que el elemento líquido sobresale del elemento sólido en la superficie de nuestro planeta, por ejemplo. En efecto, nuestro globo está cubierto con una superficie de agua igual a 144’000.000 de millas cuadradas cuando hay solamente: 50’000.000 de millas cuadradas de continente y 2’900.000 millas cuadradas de islas.
Ya analizamos la constitución de nuestro organismo por esos 4 elementos (tierra: osamenta; agua: líquido cerebral, sangre, orina; fuego: temperatura; aire: oxígeno), los cuales están en relación directa con esos mismos 4 elementos en la naturaleza ("tierra": suelo, roca, cuerpo celeste; "agua": ríos, océanos; "aire": atmósfera; "fuego": interior del planeta, volcanes, astros) y los cuales son la base del sistema de investigación del equilibrio entre el macrocosmo y el microcosmo. El Universo es un gran cuerpo humano y el hombre es un pequeño mundo en reducción.
Más allá de esos elementos que constituyen la materia, hay un quinto principio llamado quinta esencia la cual es, en realidad, la sublimación de la Esencia misma de una cosa. Sin embargo, se conoce el hecho de que los 4 elementos de nuestra antigua física y los cuales nuestros sentidos perciben, no son nada más que disminuciones, alternaciones, aminoraciones de las vibraciones de esos elementos originales.
En efecto, la luz tiene 75’000.000 de vibraciones por segundo, las cuales continúan la gama de ondas eléctricas las cuales se prolongan por 33 octavas conocidas, con frecuencias más y más elevadas. En la base de los fenómenos físico-químicos que la luz provoca y mantiene, hay descomposiciones, oxidaciones y polimerizaciones moleculares, las cuales son debidas al efecto de sus vibraciones. Sólo percibimos una parte ínfima de la luz verdadera; son únicamente detenciones de vibraciones que nuestros sentidos perciben (la vista, o más bien los artificios creados para esta percepción); existe en realidad una "luz elementaria" así como existe un "fuego elementario".
Esta "luz elementaria" es quizá el AOR de los hebreos. La palabra Aor, que significa "luz", se escribe: aleph-vaw-resh, lo que corresponde a la palabra "Avir" sin el "Yod" (se escribe Avir: Aleph-vaw-yod-resh). Puesto que Avir significa Eather, los términos - como siempre en hebreo- toman todo su valor, puesto que la luz es el Eather disminuido de su poder totalizador. Está en el tercer versículo del Génesis en que se menciona ya por primera vez la palabra "aor": "vayomer Elohim", cuando dice Elohim: "Que la luz sea hecha", e indica la Escritura: "iéhi aor" (sea la luz). La luz, pues, en tanto que pertenece a nuestro mundo físico, pertenece también al mundo espiritual; es la moderación de la vibración divina hacia la tonalidad humana, es decir, que esa luz es la parte, permitida a nuestros sentidos, de la Luz Invisible.
El término hebraico "Avir", para Eather, está bien explicado en el Zohar: "Habiendo practicado Ain Soph una abertura en su Avir, el reveló un punto: Yod. Cuando brotó este Yod, lo que permaneció del Eather escondido (avir) fue la luz (aor)". En efecto, cuando se separa Avir de su "Yod", él se vuelve Aor; el Eather es el principio y el fin de todo lo que existe.
Es en este sentido que se expresa San Juan en el primer capítulo (versículos 4 y 9 principalmente) con la expresión bíblica muy conocida "Lumen de Lumine". Es una traducción latina del griego "to phos to alethinon". Es la luz verdadera, que da la vida a todo (una especie de "luz elementaria"). Un aspecto del origen del Logos. Esa Luz que se menciona ya en el principio del Génesis, es la primera manifestación divina verdadera en nuestro mundo, es casi el nombre mismo del Todo Poderoso que se materializa.
"La vida era la Luz de los hombres" (E zoe en to phos ton antropon). Esa vida (esencia del verbo, extracto del Logos) será la "Luz" que da acceso a la Vía (una existencia más elevada). Esa realización se hace gracias al Tao de los chinos; es la Shekina en la Qabbalah de los hebreos; es la subida de Kundalini para los hindúes; es la Gran Obra de la transmutación alquímica... en una palabra, es el Camino Iniciático.
¿Se comprende ahora que la cultura de la inteligencia no compite con la cultura del espíritu? El gran error de nuestra sociedad moderna es haber desarrollado la razón sola, desobedeciendo así a la ley de la ascensión del espíritu. Interviene aquí un gran problema: el de la noción del Bien y del Mal. Es un asunto vasto, que todos los filósofos trataron ampliamente y que conviene analizar, quizá de una vez para siempre, con los rudimentos que esto implica, antes de progresar más adelante en nuestras perspectivas de las materias iniciáticas.
Se encuentra en el segundo tratado de las "Investigaciones acerca del Origen de las Ideas" (Amsterdam, MCMXLIX) una descripción del Bien y del Mal moral, y se puede leer como introducción:
"Cuando se usa el término `Bondad moral´, se comprende aquí la idea de una cierta cualidad, la cual, al mismo tiempo que nos hace aprobar una acción, nos inclina a desear la felicidad de quien la hizo. El término `Mal moral´ designa por el contrario, la idea de una cualidad opuesta, la cual nos obliga a condenar o desaprobar toda acción en la cual se encuentra". La aprobación y el desprecio son verosímilmente simples ideas, de las cuales es imposible dar más amplia explicación. Contentémonos por el momento con esas definiciones imperfectas, hasta que estemos seguros de que esas ideas existen realmente dentro de nosotros, y que hayamos descubierto el principio en el cual se funda esa diferencia de las acciones como moralmente buenas o malas.
Parece que esas definiciones contienen una diferencia, la cual se admite universalmente, entre el Bien y el Mal moral, y entre el Bien y el Mal natural. Todos quienes hablan del "Bien Moral" convienen en que él procura la aprobación y la benevolencia de todos hacia los que lo poseen, lo que no es lo mismo en cuanto al "Bien Natural". Es especialmente en esta clase de ocasiones, cuando los hombres deben consultar su propia conciencia. La inclinación que se tiene para aquellos en los cuales se reconoce el honor, la buena fe, la generosidad o los principios humanitarios, es muy diferente de la que se experimenta para los que poseen bienes naturales como las casas, las tierras, la salud, la fuerza, etc.. Nos sentimos necesariamente obligados a querer y aprobar a los que poseen las escasas cualidades citadas primeramente.
Por el contrario, la posesión de bienes naturales no sirve muy a menudo para nada, sino para causar a aquellos que los poseen, el odio y la envidia de los demás hombres, los cuales creen merecer por eso la aprobación y el apego. De igual modo, toda cualidad que es moralmente mala, como la traición, la crueldad, la ingratitud, nos hace odiar y despreciar a aquellos en los que las percibimos; al contrario, ordinariamente tenemos estima, simpatía o compasión para con la mayor parte de las personas a quienes encontramos expuestas a males naturales como el dolor, la pobreza, el hambre, la enfermedad o la muerte. El primer problema en este asunto consiste en saber de dónde nacen las diferentes ideas que se tiene de las acciones. Veamos algunas opiniones.
Puesto que, después, emplearemos a menudo los términos "interés", "ventaja", y "bien natural", es la ocasión para fijar las ideas. El placer que acompaña generalmente las percepciones sensibles nos presenta la primera idea del "bien natural" o de la felicidad, y se da el epíteto de "buenos" a todos los objetos apropiados para excitar en nosotros el placer. Los que pueden procurarnos otras percepciones agradables son llamados "ventajosos" y buscamos a ambos por interés o por amor propio.
El sentido que tenemos del placer es anterior a lo que se llama "ventaja" o "interés"; es aún, el fundamento de ambos. No percibimos el placer en los objetos porque nuestro interés nos atraiga hacia ellos, sino que los objetos o las acciones nos parecen "ventajosas" y las buscamos por interés, a causa del "placer" que nos procuran. La percepción que tenemos del placer es absolutamente necesaria y encontramos como ventajoso o naturalmente bueno, sólo aquello que es capaz de procurarnos este placer, o bien inmediatamente, o bien, mediatamente, o indirectamente. Se dice que buscamos por amor propio los objetos, que el sentido o la razón nos hicieron encontrar inmediatamente o indirectamente, o bien apropiados, aún, para procurarnos placer, cuando en nuestras investigaciones nos proponemos el placer que esos objetos tienen el poder de excitar dentro de nosotros. Por ejemplo, gracias a los sentidos descubrimos: la bondad inmediata de un plato, de una hermosa perspectiva, de un cuadro, etc.; gracias a la razón, descubrimos la bondad de las riquezas y de la autoridad. Es decir, que la razón nos enseña que la riqueza y la autoridad nos permiten procurarnos los objetos de los cuales recibimos un placer inmediato, y buscamos así esas dos clases de bienes naturales por interés y por amor propio.
Veamos más lejos aún, en lo que se refiere a las opiniones relativas al Sentimiento que tenemos del Bien y del Mal.
La mayor parte de los sistemas de Moral modernos nos presentan como doctrina incontestable que "todas las cualidades morales tienen una relación necesaria con la Voluntad de un Superior bastante poderoso para hacernos felices o infelices". Así, puesto que el fundamento de todas las leyes es la esperanza en las "recompensas" o el temor a los "castigos" (lo que nos incita a obedecer por motivo de interés), esos sistemas suponen que: "es así que las leyes permiten ciertas acciones como siendo indirectamente buenas o ventajosas y prohíben algunas otras como siendo absolutamente malas".
Se ha dicho que: por la Ley, un Legislador benéfico no establece ninguna acción para el agente sino solamente las que por su naturaleza tienden al bien natural del Todo, o las que por lo menos, no son incompatibles con él. (Así, alabamos la virtud ajena porque contribuye en cierto modo a nuestra felicidad, sea por ella misma, sea por esa contribución general). Es sabido también que la obediencia al legislador, es generalmente ventajosa al Todo, y a nosotros mismos en particular. Igualmente y por razones contrarias, condenamos el vivir de lo ajeno, es decir, la acción que prohíbe la ley, porque en cierto modo nos causa daño. Se dice entonces, que obedecemos a las leyes solamente por motivos interesados, es decir, con el objeto de conseguir el Bien Natural, el cual resulta de la acción prescrita o de la prometida recompensa; o con el objeto de evitar el Mal natural, que es la consecuencia de nuestra desobediencia, o por lo menos, evitar las penas que este inflige.
Otros sistemas morales suponen: una Bondad Natural inmediata en las acciones llamadas virtuosas; es decir, que estamos determinados a percibir cierta "belleza" en las acciones ajenas, y en amar a los que las crean, sin consideración ninguna de la utilidad que puedan devolvernos; es decir, que gozamos también de un deleite secreto en hacer acciones virtuosas aún cuando no esperamos ninguna ventaja de ellas. Pero se dice entonces que estamos excitados hacia esa clase de acciones (aun cuando buscamos cuadros, paisajes) por el amor propio que nos dirige a ellas, es decir, con objeto de lograr el placer que nace de la reflexión que hacemos acerca de esas acciones, o tal otra ventaja futura.
Pero por fin, se puede probar que los hombres encuentran una Bondad inmediata en ciertas acciones o que, gracias a un Sentimiento Superior (la Moral), aprobamos los actos ajenos y estamos determinados a amar a aquellos que los hacen, con el objeto de la perfección que procuran. Se puede probar también que tenemos una percepción, semejante a la reflexión sobre nuestros actos mismos, sin consideración ninguna de la ventaja natural que nos den. Se puede probar igualmente que el afecto, el deseo o la intención que hace aprobar los actos, producto de ese motivo, son independientes de ese placer sensible que puede darnos , de las recompensas que se establecieron o de tal otro Bien Natural que puede resultar de la acción virtuosa, y que ella está fundada en un principio completamente diferente del amor propio o del deseo de nuestra utilidad particular.
Estudiemos, pues, las diversas ideas del Bien Natural y del Bien Moral.
No sería difícil convencerse que las percepciones del Bien y del Mal Moral son completamente diferentes de las del Bien Natural, si se reflexiona acerca de las diferentes maneras de afectarnos tales objetos. Si el sentido que poseemos del Bien no fuese absolutamente distinto de la ventaja o del interés que resulta de los Sentidos exteriores y de las Percepciones de la Belleza y de la Armonía, tendríamos los mismos sentimientos y los mismos afectos para un campo fértil o una casa cómoda, que para un amigo u otra persona de noble carácter, puesto que ambos nos serían ventajosos. No admiraríamos y no querríamos a una persona que vivió en un país o en un siglo alejado del nuestro y cuya influencia no podría extenderse hacia nosotros, ni querríamos las montañas del Ural mientras no nos interesáramos en el comercio de Rusia. Tendríamos los mismos sentimientos y la misma inclinación para los seres inanimados que para los que razonan, en lugar de experimentar lo contrario. ¿Por qué, en efecto, querer a seres sin vida, que no tienen y no pueden tener ninguna buena intención para con nosotros, ni para con cualquier otra persona? Su naturaleza, es verdad, rinde para nuestro uso; pero eso se hace sin que lo sepan y sin que tengan ellos la intención de contribuir a nuestra utilidad. No es igual con los agentes razonables, los cuales obran por el interés y la felicidad de los otros seres con los cuales están unidos.
Estamos convencidos así de la diferencia que existe entre esa Aprobación o Percepción, de la "Excelencia Moral" que atribuimos, por un espíritu de benevolencia a aquellos en quienes creemos percibirla, y la opinión de la Bondad Natural que tiende a desear al objeto que la posee.
Pues, ¿de dónde puede venir esta diferencia, si la aprobación que damos a lo que es "bueno" y si el sentimiento que tenemos de él, está fundado sólo en la ventaja que esperamos lograr de él? Acaso no son los objetos inanimados tan ventajosos como las personas de las cuales recibimos todos los días pruebas de su amistad y de su benevolencia, gracias a sus buenos oficios? Los estimaríamos, a los unos y a los otros, con un espíritu de ternura o solamente con el objeto de la utilidad que podemos conseguir? No, sin duda, y eso es porque: en el afecto que experimentamos para con los Seres Razonables, tenemos una percepción distinta de la "Belleza" o de la "Excelencia", que nos conduce a admirar y amar a esa clase de caracteres o personas.
Supongamos ahora, que conseguimos los servicios de dos hombres: uno obra por inclinación hacia nosotros y con objeto de hacernos perfectamente felices; el otro obra con motivos interesados o por sujeción. Es cierto que en este caso ambos nos son útiles: sin embargo, no podemos menos que experimentar por uno y por otro, sentimientos muy diferentes. Debemos poseer, pues, otras percepciones de los "actos morales" que las que se fundan en el interés. A esta facultad de recibir esa clase de percepciones se puede dar el nombre de "Sentimiento Moral", puesto que es conforme a la definición que damos de esa facultad, es decir: es una determinación del espíritu a recibir toda clase de ideas, según los objetos que se presenten a nosotros, y que es enteramente independiente de nuestra voluntad.
Sin embargo, el sentimiento Moral no se funda en la Religión; unos dirán quizá: las acciones que llamamos buenas o virtuosas tienen esta ventaja sobre las otras porque esperamos ser recompensados por Dios, y es sobre este principio que se apoya la aprobación que les damos y el motivo interesado que nos inclina a hacerlas. Pero, basta observar que mucha gente, muy numerosa, tiene ideas muy altas en lo que se refiere al honor, la buena fe, la generosidad, la justicia, sin conocer a la Divinidad ni esperar recompensa ninguna de ella; también odian la traición, la crueldad, la injusticia, sin atención ninguna al castigo que puede seguirlas. Por lo demás, aunque esas recompensas y esos castigos pueden hacer considerar un acto como ventajoso o nocivo, no resulta que este motivo deba hacer aprobar o querer a quien hace un acto semejante, puesto que el mérito que lees dado no podría redundar en otros. Estos actos, en verdad, son ventajosos para quien los cumple, pero esa ventaja no tiene nada común con la de otra persona. Sin embargo, se puede verificar muy bien, que el interés contrabalancee nuestro deseo de que se sea virtuoso; pero ningún interés personal nos hará aprobar nunca como moralmente buena una acción que sin este motivo nos hubiera parecido moralmente mala, aunque estimando todos los efectos nos pareciera tan ventajosa al Todo sin que lo fuera para nosotros, como lo fuese en el tiempo que esperáramos conseguir cualquier ventaja. Nuestro interés o daño personal no influye sobre el Sentimiento que tenemos del Bien y del Mal Moral, y no tiene tampoco más fuerza para hacernos encontrar un acto bueno o malo en la ventaja o desventaja de un tercero.
Nada es más fácil de emitir que una opinión, pero solo nuestra conciencia puede decidir. Así, si ciertas acciones morales no parecen amables a primera vista a quienes no tienen interés ninguno en ellas; si no queremos y no aprobamos con la más perfecta sinceridad a un amigo o a un compatriota generoso, cuyas acciones le colma de honor sin procurarnos ninguna ventaja, también es verdadero que alabamos acciones que son útiles al género humano, aunque a menudo no consigamos ninguna utilidad de ellas. Quizá sería en interés de nuestra especie, que todos los hombres se pongan de acuerdo en hacer solamente acciones semejantes de tal manera que cada uno encuentre su provecho, pero eso prueba solamente que la razón y la reflexión pueden hacer aprobar, por un motivo interesado, las acciones que el Sentimiento moral, que está en nosotros, nos inclina a admirar a primera vista, independientemente de este interés.
Por otra parte, este sentimiento, puede obrar aún cuando no seamos partes interesadas. Podemos aprobar la justicia de un sentimiento que nos condena. Un traidor, preparado a sufrir el suplicio que su crimen merece, puede alabar la vigilancia con la cual Cicerón descubrió a los conspiradores, aunque hubiese sido una ventaja para él que no hubiese existido en este mundo un hombre dotado de semejante agudeza. De hecho, la idea favorable que formamos de las acciones es completamente independiente de la utilidad que podemos lograr de ellas. Tenemos el derecho de concluir que esta Percepción del Bien Moral no está provocada por la Costumbre, la Educación, el Ejemplo o el Estudio; esas cosas no podrían darnos nuevas ideas. Pueden hacernos percibir una ventaja particular en acciones cuya utilidad era desconocida antes, o bien hacernos considerarlas como nocivas, sea por razón, sea por prejuicio, aunque no las hubiéramos encontrado así a primera vista, pero nunca pueden hacernos examinar un acto como digno de alabanza o como reprochable, y ello, sin consideración ninguna de nuestro interés personal.
Es necesario, pues, que el Autor de la Naturaleza quien nos hizo capaces de recibir de parte de los objetos, tras el intermediario de los Sentidos exteriores, ideas agradables o desagradables según que ellas nos sean útiles o nocivas; y, así mismo gustar el placer de la Belleza y de la Armonía, como resulta de la Uniformidad de esos objetos, para atraernos y adquirir las Ciencias y recompensarnos por eso, o para ser una prueba de la "Bondad", de igual modo que la Uniformidad es una prueba de su Existencia, sea que encontremos la Belleza en ella o no; es necesario, pues, que el Autor nos haya dado un sentimiento moral capaz de dirigir nuestras acciones y de procurarnos los placeres infinitamente más nobles, de tal modo que, cuando nos proponemos solamente la felicidad de otro, adelantamos la nuestra también, sin saberlo.
Los verdaderos motivos de las acciones son los "Afectos".
Toda acción que concebimos como moralmente buena o mala, siempre está supuesta a originar cualquier Afecto para los "Seres sensitivos", y todo lo que llamamos "Virtud" o "Vicio" emana de un afecto semejante o de cualquier "acción" hecha en consecuencia. Quizá baste también para que una acción o una omisión aparezca como "viciosa" que ella proceda de una falta de afecto para con los Seres razonables que, suponemos, existen en los caracteres que parecen moralmente buenos. Todas las acciones que se estiman como religiosas en cualquier país que sea, son consideradas como provenientes de algún sentimiento para con Dios, y siempre suponemos que, lo que se llama "Virtud Social" tiene por principio el amor del prójimo. Todo el mundo conviene en que todo movimiento exterior que no está acompañado por cualquier sentimiento afectuoso para con Dios o con el Prójimo, o bien que está independiente del afecto que debe haber para ambos, no podría ser ni moralmente bueno ni moralmente malo.
Si se pregunta, por ejemplo al ermitaño más sobrio, si la "Temperancia" (suponiendo que no se origine de un motivo de obediencia a las órdenes de la Divinidad o que tampoco nos vuelva más dispuestos a la piedad, más aptos al servicio del género humano o a la investigación de la verdad) puede ser moralmente buena en sí misma y mejor que la golosina, él contestará ciertamente: en estos casos ella no puede ser un "Bien Moral", aunque puede ser naturalmente buena y ventajosa para la salud.
Se debe admitir que la "virtud" es desinteresada y numerosos afectos nuestros lo son también. El hombre no es natural y voluntariamente malo, y el amor propio, el interés tampoco son el origen de su estimación o de su benevolencia.
Así pues, si no es producto de la benevolencia ni del amor propio ni de ningún fin interesado, y toda virtud emana de este principio o de tal otro afecto igualmente desinteresado, entonces resulta que debe haber, diferente del amor o del interés, cualquier otro afecto que nos atrae hacia los actos llamados virtuosos.
Si nuestros deseos se limitasen únicamente a nuestra utilidad personal, resultaría que cada ser razonable obraría solamente en su propia ventaja como objeto; de tal modo que se debería darle el título de Benéfico solamente porque obra con este objeto y en tal sistema no deberíamos admitir en la Naturaleza ningún Ser Benéfico o a un ser que obrase con objeto de hacer feliz al prójimo. Si el amor que se tiene para el bien público, tanto como el celo que nos anima en procurar ventaja al prójimo, no proviene de un sentimiento superior ¿de dónde nace esa creencia general de que Dios recompensará a las personas virtuosas? Se dirá que lo importante para la Divinidad es que practiquemos la Virtud. Ese sentimiento debe sin duda parecer absurdo a todos los que esperan en la "Bondad" y en la "Misericordia". Si esa clase de disposiciones se encuentran en la Divinidad ¿cuál es la imposibilidad de que las criaturas posean también cualquier chispa de este Amor por la Sociedad? ¿Por qué pues suponer que obran por "amor propio"?
En una palabra, si el único principio que admitimos de las acciones humanas es el amor propio, no se comprende en qué estaríamos fundados para esperar beneficios o recompensas de parte de Dios o de los hombres, más allá de lo que exige el interés del beneficio. Sería ridículo esperar “beneficios” de parte de un ser cuyos intereses son totalmente independientes de los nuestros. Quién pudiera aconsejar a la Divinidad a recompensar la Virtud, puesto que, según este sistema, no es nada más que el arte de cuidar nuestros intereses del modo más conveniente, sin perjudicar al bien público y sin que se obre igualmente con respecto al vicio, aunque sea de un modo que verosímilmente no debe ejecutarse muy bien y que es siempre contrario a la felicidad del Todo. Pero ¿cómo puede Dios interesarse para con ese Todo si cada ser obra por amor propio? Cuál es el fundamento que nos hace creer que Dios es bueno, en el sentido comprendido por todos los cristianos, es decir, interesado en la felicidad de sus criaturas? ¿Cómo se hace que la desgracia del hombre no le cause el mismo placer que la felicidad? ¿Cómo podríamos censurar un Ser tal si obrase en hacerles miserables? ¿Cuál sería la base de nuestras experiencias? Se admitiría inmediatamente el "Mal-Principio de los Maniqueos" como lo bueno, si fuese verdadero que no hay ninguna excelencia en el Amor perfectamente desinteresado y que todos los seres en general obran con objeto de su propia utilidad, y si se supone que la Divinidad logra ventaja de sus criaturas. ¿Cuál es, pues, el verdadero principio de la Virtud?
Después de haber destruido los falsos principios de las acciones virtuosas, queda por establecer una cierta determinación natural en procurar la felicidad ajena o un instinto que preceda a todo motivo desinteresado y que nos incite a amar al prójimo: es igual que con el Sentimiento Moral (cuyo principio ya hemos analizado) que nos incita a aprobar las acciones que provienen de este Amor.
Ese "desinterés" aparecerá, sin duda, muy extraño a aquellos quienes aprendieron en las escuelas y en la lectura de los autores sistemáticos, a mirar el amor propio como el origen único de las acciones humanas. Pero considerémoslo en especies más simples y más fuertes, y después de haber comprendido su posibilidad en esos ejemplos, nos será fácil conocerlo en lo extenso.
Nuestros afectos naturales son, sin embargo, de naturaleza diferente como, por ejemplo, de los de los socios de una misma compañía quienes están asociados en los negocios y, unidos, pues, en la prosperidad o en el infortunio. Los sentimientos que unen al padre a su niño son de clase diferente y el interés de unión es ciertamente diferente de las sensaciones de placer o de pena del niño, que el padre no podrá experimentar. Un padre no podrá experimentar el hambre, la sed o la enfermedad de la cual padece el niño; todo lo más, puede tomar parte en los gozos o penas por un deseo natural de la felicidad y una aversión de la miseria. Ese deseo es anterior pues, a cualquier enlace interesado y es más bien causa que efecto: debe ser, pues, perfectamente desinteresado. Eso no sería la opinión de un Sofista, quien enunciara: los niños hacen parte de nosotros mismos y el amor que les damos recae sobre nosotros. ¡Admirable respuesta! Pero alarguémosla tan lejos como pueda ir. ¿Cómo pueden nuestros niños hacer parte de nosotros? Ciertamente no se pueden comparar a un brazo o a una pierna, ignoramos absolutamente sus sensaciones. Pero, se dice, ¡su cuerpo ha sido formado partiendo del nuestro! Se puede decir lo mismo de una mosca o de un gusano, los cuales provienen de nuestra sangre o de nuestros humores! Esos insectos no nos son queridos aún. Es ciertamente, tras algún otro sitio, que nuestros chicos son parte de nosotros, y es solamente el afecto natural que tenemos para ellos que puede producir este efecto. Es el afecto el que los hace parte de nosotros y él es completamente independiente de lo que ellos eran anteriormente. Cierto, no se podría concebir una metáfora más admirable. Acerca de este principio, cada vez que entre los hombres notamos una determinación que les atrae a amarse mutuamente, deberíamos considerar a cada individuo como parte de un Gran Todo o de un Sistema de cuyo bien se interesa como miembro.
Ciertos filósofos piensan que todo eso puede deducirse fácilmente del amor propio. Según ello, los niños no sólo son engendrados por nuestro cuerpo sino que nos parece que aún lo son por el alma, y que es nuestra propia semejanza lo que queremos en ellos.
Muy bien, pero ¿qué es la "semejanza"? No es una "identidad individual", sino solamente un Ser comprendido bajo una idea general o específica; es por esto nos parecemos a los niños de otros hombres y que un hombre se parece a otro desde ciertos puntos de vista. Lo mismo el hombre se parece en algo a un Ángel y lo mismo a un bruto... Cada hombre, pues, está naturalmente dispuesto a amar a su "semejante", a desear el bien, no sólo a su propio individuo sino también a cada otro ser razonable o sensitivo. Esa disposición es más fuerte donde se encuentra más "semejanza" con las cualidades más nobles. Si eso es lo que se llama amor propio, los Místicos más refinados no pueden desear un Principio más desinteresado; pues, lejos de limitarse al individuo, pasa hasta la felicidad del prójimo y puede extenderse a todo, puesto que todos los hombres se parecen de cualquier modo. Nada pudiera ser más ventajoso ni más generoso que un Amor propio de esta clase.
Se dirá sin duda, que a menudo, los padres siempre logran cierto placer del honor, y algunas veces de las ventajas efectivas de la prudencia y de la prosperidad de sus chicos, y que es de allí que proviene la solicitud que tienen para ellos. En este caso, es fácil contestar que todas las motivaciones cesan cuando se aproxima la muerte y que aún ahí este afecto es más fuerte que nunca. Que tanteen su corazón los padres y que juzguen si aquellas concepciones son los únicos principios de su afecto para aquellos de sus niños que son más inválidos o de los cuales tienen menos que esperar.
Otros autores notan que los padres tienen un afecto muy débil para los niños hasta que estos empiezan a razonar y ser capaces de sentimiento y que al contrario, las madres pretenden experimentar un afecto fuertísimo desde el momento en que nacen esas crías. Nos gustaría mucho, a fin de arruinar mejor esta hipótesis, que lo que está así adelantado fuese verdadero en todo, como lo es en parte (aunque veamos que ciertos padres tengan afecto para sus niños idiotas). El entendimiento y el afecto que notamos en nuestros niños y que los hacen aparecer como "seres pensantes" pueden sí aumentar el amor que les dispensamos, pero independientemente de todo objeto de interés. Una prueba de que este aumento de amor no está fundado en la utilidad que esperamos lograr de sus conocimientos o de su afecto, es que trabajamos sin cesar para ellos sin esperanza ninguna de ser resarcidos de nuestros gastos o de estar recompensados de las penas que tomamos, excepto en el caso de necesidad extrema. Así pues, por la constitución misma de nuestra naturaleza, el objetivo de una Capacidad Moral puede aumentar nuestro amor sin que haya parte en él de nuestro interés. ¿No puede él hacerlo igualmente donde no estamos ligados por los lazos de la sangre y ese mismo principio producir un grado de amor más débil que se extienda a todo el género humano?
De ello nace otro gran problema que forma el objeto general de estos "Propósitos Psicológicos", a saber, las reglas de conducta, para las cuales nos contentamos simplemente con brindar algunas reflexiones en este asunto, a fin de no limitar nuestros pensamientos sino ofrecer meramente una meditación sobre los principios.
Realizamos muy bien que, además del instinto vital, la conservación de la vida y la propagación de la existencia, una ley fundamental nos inclina también a contestar al llamamiento del espíritu.
Pero, además de los conflictos que existen entre las actividades mentales (entre la razón y el sentimiento), se debe deplorar todavía la falta de leyes bien establecidas para este propósito; en efecto, no se estatuyeron bien, para esa vida mental, reglas como las hay por ejemplo, para la Fisiología.
La mayor parte de los seres humanos no necesitan una guía en su conducta fisiológica, bien que sea espiritual o social.
Como lo dice Alexis Carrel: "En la sociedad moderna, desgraciadamente no existen hombres cuya especialidad fuera la de ser Sabios y ayudar a los demás en su Sabiduría".
Sin embargo, todavía se adelantan esos Guías inspirados en la Ciencia del hombre, y el resurgimiento del funcionamiento de los Colegios Iniciáticos permite esperar en un orden cuyos miembros posean el carácter tan científico como sacerdotal, capaces de reeducar completamente a la humanidad hacia su Destino de Luz.
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1 Nota del Coordinador de la Literatura de la GFU: Se refiere el S. Maestre en francés al uso vulgar del plural “rites” (singular “rite”), usado en ritos comunes religiosos. “Rit”, menos usado, indica sistemas iniciáticos.