Serge Raynaud de la Ferrière

Los

Propósitos

Psicológicos

Tomo XXXIV



Los Cultos Primitivos





ENSENANZA PERIÓDICA SOBRE LA CIENCIA

DEL PENSAMIENTO, DEL ALMA Y DEL ESPIRITU.





LOS CULTOS PRIMITIVOS

Hasta no hace mucho tiempo, se estimaba aún en 5.000 o 6.000 años la edad de la especie humana. Los naturalistas del siglo XVIII estaban de acuerdo en confirmar esta pobre estimación; es cierto que la religión (y sobre todo el cristianismo, puesto que se trata de Occidente) valiéndose de sus privilegios, mantenía hábilmente esta teoría. Actualmente, los sabios y numerosas autoridades eclesiásticas declaran abiertamente que el primer hombre de la Biblia no es más que un símbolo y que sería necio creer que es preciso tomar la historia de Adán y Eva junto a un buen número de narraciones bíblicas, al pie de la letra.

Cualquiera que sea la idea de la aparición del hombre sobre la tierra que date de una época muy reciente, debe ser rechazada actualmente tanto desde el punto de vista de la ciencia como de la religión.

Hasta el presente, los Homínidos más antiguos que se conocen no nos hacían remontar más allá del millón de años. Hemos manifestado más de una vez esta cuestión, dado que nuestras concepciones a este respecto nos hacen emitir teorías que plantean que el ser humano habría vivido desde mucho antes y que incluso civilizaciones enteras habrían desaparecido, habiendo existido Grandes Culturas aun antes de aquello que llamamos prehistoria.

Es cierto que hemos chocado muchas veces tanto con el dogmatismo religioso como con el fanatismo científico, por los principios que emitimos, sin embargo, vemos las teorías que exponíamos hace 10, 15 y 20 años, venir a confirmarse poco a poco gracias a recientes descubrimientos.

Hoy día la prensa mundial se adhiere a una noticia sensacional: “Un hombre de 12 millones de años de antigüedad”.

Se comprenderá nuestro interés por esta noticia: “Un esqueleto humanoide de doce millones de años de antigüedad ha sido descubierto”, mientras que hasta el presente la paleontología humana aceptaba al Pitecántropo con 600.000 años de edad y clasificaba al Australopiteco con un poco más de 900.000 (ver nuestros Folletos No. V, VI y XII).

Si se estimaba que las primeras colectividades humanas vivieron solamente hace 5 ó 6.000 años (el calendario hebraico marca en este momento el año 5719), lo cual fue considerado por mucho tiempo como el comienzo del mundo, igual de fácil era creer que apareció el primer Hombre y en seguida la prehistoria...

Evidentemente, hubo el descubrimiento de osamentas pertenecientes a seres anatómicamente intermediarios entre el Hombre y los grandes Antropoides, lo cual hizo pensar naturalmente en una filiación. Era muy simple: del Homo Sapiens se remontaba al hombre de Neanderthal, después al Pitecántropo, inclusive al Australopiteco y de ahí no se estaba muy lejos del mono original. Así nació el temible slogan: “El hombre desciende del simio”.

Después, progresivamente, durante el curso de estos últimos años, salió a la luz la idea siguiente: no, los simios actuales no son los ancestros del Hombre, ellos no son más que primos muy alejados. Hombres y monos descienden de un ancestro común, diferente de unos y otros. Y se dijo entonces que una especie de simio, poco evolucionada todavía, una rama privilegiada, se había desprendido. No obstante, esta separación de la rama humana se colocaba siempre en una época relativamente tardía. Se hacía comenzar la aventura humana al inicio del cuaternario, lo cual conducía a hacerla desenvolverse sobre menos de un millón de años. A pesar de los progresos sucesivos de la paleontología, el Homo Sapiens se encontraba siempre sobre un pedestal. Se admitía así, siempre implícitamente, que él había evolucionado más rápido y mejor que los “animales”. En efecto, para desatarse del tronco común y adquirir su forma actual, los otros mamíferos han evolucionado varias decenas de millones de años.

Pero, he aquí que se presenta el “Hombre” de Grosseto, por el nombre de la mina de lignito semiabandonada en Baccinello, Italia, donde el Profesor Hurzeler acaba de descubrir los restos del Oreopithecus bambolii. (Oreopithecus, mono de las colinas).

En efecto, el lignito que encierra estos fósiles y los fósiles mismos que acompañan los restos del Oreopithecus pueden ser datados, situándolos en la escala geológica: son testigos del Mioceno superior. El Oreopithecus bambolii vivía pues al final del tercer cuarto de la Era Terciaria hace unos 10 ó 12 millones de años.

Durante todo el verano de 1957, un fragmento tras otro del Oreopithecus fueron desprendidos del lignito, pero estaban casi siempre dispersos o aplastados. Según la hipótesis del profesor Johannes Hurzeler (director del Museo de Historia natural de Basilea en Suiza) la mina de Baccinello debió hundirse en medio de un verdadero cementerio, y a lo largo de decenas de años los mineros debieron haber pulverizado por centenas los preciosos esqueletos, pérdida incalculable y quizás irreparable para la ciencia.

El 2 de agosto de 1958 en la noche, un bloque se desprendió del techo de una galería. Los obreros regresaron y empezaron a examinarlo. Uno de ellos levantó maquinalmente la cabeza: el esqueleto estaba ahí, las piernas abiertas y plegadas como patas de rana. Este nadador venido de hace 12 millones de años miraba a los hombres de hoy.

Si el descubrimiento del doctor Hurzeler, escribe el Profesor Arambourg1, confirmaba la naturaleza humanoide del Oreopithecus, este último vendría pues a inscribirse en el enorme hiato que se extendía hasta aquí en nuestros conocimientos, desde los pequeños Primates con rasgos lemuroides del Oligoceno hasta los Australopitecos del inicio del Cuaternario, ese sería pues uno de los eslabones de la serie humana que esperábamos y, por el momento, el más antiguo.”

Por el momento”, escribe el sabio profesor, ya que en efecto, si el Oreopithecus responde a las esperanzas puestas en él, nada se opone a que se descubra algún día un eslabón más antiguo. Citemos una última vez a J. Hurzeler: “...se puede decir que con el Oreopithecus comienzan a dibujarse a través de la bruma de millones de años, los contornos de un ser que lleva al lado de particularidades arcaicas, huellas manifiestas de Homínido. Estas huellas son inclusive, a mi manera de ver, tan evidentes, que el Oreopithecus no podría situarse en la raíz de la línea humana, de modo que la hominización no comienza con él, sino que ya está en plena marcha...”

En otras palabras, los sabios ya no se contentan con citar sus descubrimientos como el “comienzo”, se estima cada vez más que los hallazgos no son en general sino vestigios, mínimas porciones de aquello que existía realmente y que además los especímenes encontrados así no son siempre los más antiguos, por el contrario, puede tratarse de una especie ya muy avanzada cuyo origen sería preciso buscar mucho más lejos aún.

Es interesante recordar aquí la aventura del Australopiteco clasificado como “Mono” todavía hace pocos años, con sus 750 cc de capacidad cerebral (máximo), el Australopiteco se sitúa mucho más bajo que el Pitecántropo, por debajo de los 800 cc fatídicos, que marcaba la frontera entre “el Mono” y el “Hombre”. Además, los restos del Australopiteco jamás habían sido encontrados rodeados de aquellos vestigios que prueban una inteligencia humana: utensilios o al menos embriones de utensilios. ¿Se trataba entonces únicamente de bípedos?

La naturaleza de éstos, al inicio controvertida, no presenta -escribe el Profesor Arambourg- más dudas hoy día: son bípedos absolutos, cuya talla varía entre aquella del chimpancé y la del gorila, pero con una capacidad cerebral más desarrollada y dentadura humana.»

Se ha encontrado además una prueba decisiva de su humanidad: “...ellos son, como lo han demostrado los recientes descubrimientos, los artesanos de la más primitiva industria conocida: la “Pebble Culture”, expandida en toda África. Se trata, pues, evidentemente, de los más antiguos “Homo faber”, es decir de verdaderos Hombres.”

¿Cuál es esta “Pebble Culture”, esta cultura del guijarro? He aquí lo que piensa el Dr. Leakey quien ha explorado recientemente en Tanganica un sitio ligado a ella: “A pesar de que las gentes que vivían en esa época hayan comenzado a hacer simples piedras talladas por ambos lados (golpe-de-puño), la proporción que se fabricó de éstas era ínfima. La gran mayoría de los instrumentos utilizados eran guijarros... bolas de piedra groseramente hechas... una variedad de fragmentos groseros y centenas de otros, fragmentos de piedras partidas, utilizadas tal como eran”.

Por nuestra parte, no podemos impedirnos pensar en nuestras estancias en Australia y en África, donde hemos tenido el sentimiento certero de una civilización que existió hace mucho tiempo y más tarde desapareció para no dejar lugar más que a esas tribus llamadas “primitivas”. ¿Qué dirían por ejemplo los investigadores que después de una hipotética catástrofe universal, encontraran en el año 3.000 por ejemplo, los restos de Aborígenes de Australia, sus boomerangs, piedras con huellas de fuego, etc.? Podrían deducir que el Hombre del siglo XX era un “salvaje”, apenas salido del reino animal, que se nutría de lagartos, de serpientes, sin tener habitación ni vestido, etc.

Es así que el continente australiano sin duda ha sufrido transformaciones (¿formaba parte de Lemuria, del Continente Mu, como lo quieren algunas teorías?).

Así, la cuenca del Lago Eyre, la región más seca y más desnuda de Australia, fue en el pasado una porción de un gran mar interior que iba del Golfo de Carpentaria a Marrea. Los bosques que cruzaban sobre sus costas abrigaban wombates que alcanzaban la talla de elefantes, canguros y emúes gigantes mientras que cocodrilos y otros monstruos marinos se apretujaban en esas aguas. A continuación, movimientos geológicos provocaron la retirada del mar y el país se volvió poco a poco tan árido que no hay en el mundo hoy día lugar más desolado y menos hospitalario. Animales terrestres y marinos perecieron desde hace largo tiempo y todo aquello que hemos aprendido proviene del estudio de sus restos fosilizados y de las historias obscuras de los mitos aborígenes. En la época actual donde las tierras bien regadas reciben menos de 13 cm de lluvia por año, es un país de poca agua, de llanuras quemadas por el sol, de vegetación espaciada, y achaparrada, de espejismos temblorosos.

El Lago Eyre de 5.600 km cuadrados de superficie está a 12 metros bajo el nivel del mar (incluso en sus orillas), se le denomina “el Corazón Muerto de Australia” y es sobre la orilla sur que se halla Maree, esta ciudad interesante por estar hecha de construcciones en palastro galvanizado, de donde emerge bien atrás la mezquita, prohibida por supuesto a todos salvo a los sectarios del Profeta. Maree está constituida por una porción de casas de “blancos”, un hotel, una oficina de correos y en frente, la ciudad afgana.

Australia Central se presenta con centenas de kilómetros cuadrados de superficies planas y áridas, tapizadas con incalculables millones de piedras.

El origen de las planicies pedregosas es interesante. Hace millones de años, las colinas tabulares que cubren hoy día las planicies, constituían el fondo del mar que movimientos geológicos elevaron a continuación varias centenas de metros. En los milenios que siguieron, la erosión debida a los vientos y a las aguas desgastó el antiguo fondo del mar hasta que no subsistieron más que las colinas tabulares de la cuenca del Lago Eyre y el manto de piedras que cubren a lo lejos las planicies.

Las historias de la creación del mundo son un estudio fascinante para todos. Aquellas que se mantienen en las civilizaciones occidentales y que encontraron su origen entre los primeros Semitas del Bajo Éufrates ofrecen pocas analogías con la concepción que de sus orígenes se hacen los Aborígenes de Australia. Para ellos, el Génesis no comporta narraciones de una existencia ideal y de una caída del hombre, precipitado desde un estado de perfección; se compone de un cierto número de narraciones legendarias que describen la manera en la cual el mundo fue creado por sus poderosos ancestros.



Al comienzo, en “los Tiempos del Sueño”, según el término poético de los viejos Sabios, para designar el periodo de la creación, no había sobre la superficie de la tierra ni seres animados, ni árboles, ni vegetales, ni siquiera una montaña, una colina o una caída de agua. El mundo era una sola inmensa planicie que se extendía sin accidentes en todas las direcciones, tan lejos como alcanzaba la vista. En seguida vinieron los Tjukurita, criaturas gigantes, semihumanas, que parecían haber pensado y actuado como seres humanos pero con apariencia de animales, pájaros, plantas o insectos diversos. Estos Tjukurita o ancestros viajaban mucho a través del país y, ahí donde habían cumplido sus tareas cotidianas análogas a aquellas de los aborígenes actuales, encender fuego, acampar, horadar para encontrar agua, algún accidente surgía de la tierra plana y desnuda.

Cada cosa en el mundo, excepto el suelo, es el resultado de las actividades y de los quehaceres de estos ancestros gigantes. El hoyo de agua de Ayers Rock era el lugar donde habían campeado enormes serpientes, la garganta de Nirunya habría sido abierta en los tiempos míticos por Milbili, el lagarto, en su persecución de la mujer Kutunga; las bóvedas inmensas de Katatjuta (Monte Olga) habían sido antaño los campos de los Pungalunga, comedores de hombres. Estos grandes creadores de los países aborígenes, eran simultáneamente los ascendientes lejanos de la tribu, de manera que en las tribus aborígenes contemporáneas hay Hombres-Serpiente, Hombres-Emú, Hombres-Hormiga, etc., que creen descender todos directamente de uno u otro de los Tjukurita de muy lejano pasado.

La “Tjitji Inma”, “ceremonia de los muchachos” es la iniciación de los jóvenes de 7 a 13 años que se decoran para retomar el aspecto de los animales legendarios que fundaron el país.

Cada uno de los muchachos es untado de grasa, frotado después de la cabeza a los pies con polvo de ocre rojo. Sobre este fondo se pinta el símbolo que indica el pájaro o el reptil que él representa. Ellos bailan, cantan, se presentan delante de las mujeres con todo un ritual de mímica sobre incidentes o acontecimientos del pasado.

Más tarde el adolescente es echado con ayuda de hachones encendidos por las mujeres de parentesco más cercano. Él vivirá fuera del campamento hasta que se hayan desarrollado las ceremonias de la circuncisión, quizás hasta un año después, el adolescente es tratado como si estuviera fuera de la ley. Duerme a una cierta distancia del campo principal, no se acerca o interpela jamás a las mujeres, no habla a los hombres maduros, hasta el día en que es conducido hacia los lugares secretos. Durante el curso de los ritos de iniciación, los hombres a los cuales lo liga una especie de estrecho parentesco, se abren las venas de los brazos y dejan correr la sangre sobre su cuerpo. La idea fundamental que preside esta costumbre es que la sangre es Kuranita (esencia de vida) y que regalársela en grandes cantidades, proveerá al iniciado de la salud y de la vitalidad que necesita para llegar a una virilidad vigorosa y masculina. La primera ceremonia de iniciación que incluye el rito de la circuncisión, es el paso más importante de la adolescencia hacia la virilidad. Después que se termina, él lleva un peinado distintivo, recibe un nombre especial que señala su promoción social y no viaja sino en compañía de los hombres maduros que actúan a su respecto como tutores y como guardianes. Él es entonces “Wangarapa” (un muchacho que se esconde) y no debe ver a las mujeres ni ser visto por ellas, él hace entonces numerosos viajes y recibe las lecciones que lo familiarizan con los mitos de la tribu. Al final de estas peregrinaciones, pasa los estadios finales de la iniciación, se da el rito de la sub-incisión.

Es el estado del hombre plenamente tribalizado. Después de su celebración, el joven es autorizado a casarse, puede sentarse en el consejo tribal, a pesar de que no deba tener aun sino poco poder. Puede participar en algunos ritos de manera activa, pero no en todos. Pasarán muchos años aún antes de que pueda aprender todos los secretos de la tribu.

Ch. P. Mountford en “Mitos y Ritos de los Aborígenes de Australia” explica que las ceremonias aborígenes (conocidas a menudo bajo el nombre de “confirmación”) de las cuales los ritos de iniciación no son más que una parte, son ilustraciones dramatizadas por la danza y la mímica, historias legendarias de la tribu. Sus fines son múltiples: instruir a los jóvenes por medio de la iniciación, controlar las fuerzas complejas de la naturaleza por ritos extraños y mágicos y procurar así la alimentación y el agua deseadas, representar los mitos más simples que expresan la creación de las plantas, de los animales, del cielo y de la tierra. Mientras que la mayoría de los cantos que dramatizan las historias legendarias son propiedad personal de los aborígenes, a quienes pertenece el terreno al cual el canto se refiere, aquellos de los ritos de iniciación son conocidos y cantados por todos los miembros en pleno ejercicio de la tribu.

Según este mismo autor, que hizo varios viajes al país “de los Hombres morenos y de la arena roja”, aunque las ceremonias de los aborígenes sean quizás la forma más primitiva del drama, ellas se acercan desde un punto de vista importante a las grandes óperas de Wagner. Así como este ha inmortalizado, por su incomparable medio de la música y de la acción, las poderosas hazañas de los dioses y de los semidioses de la antigua raza nórdica, asimismo los aborígenes contemporáneos, por sus cantos de las edades antiguas y sus ritos extraños, conservan viva la epopeya de sus tiempos heroicos.

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Naturalmente los aborígenes de Australia tienen sus nungari (curanderos) cuyo instrumento especial es la australita (botón de obsidiana de origen meteórico) así como los cristales de cuarzo que constituyen el capital comercial de los médicos aborígenes de las tribus meridionales. Estas piedras meteóricas tienen numerosas funciones en las manos de los nungari. Ellas restaurarán sus poderes desfallecientes si las introducen en sus cuerpos, les dirán también la dirección en la cual se encuentra un enemigo, y les asistirán en el cumplimiento de los ritos curativos sobre sus compañeros de la tribu.

El Mamu, demonio de las tres estancias que ataca a los espíritus de los aborígenes en la noche, es muy temido ya que está siempre al acecho de los kuran (espíritu) de los niños que han dejado sus cuerpos dormidos y juegan entre los eucaliptos, inconscientes del peligro de la noche.

Son los Nungari quienes intervienen entonces en los desencantamientos o para atrapar a los kuran, prisioneros del Mamu. Los Nungari tienen también el privilegio de ver a los Ninyas (los Hombres de hielo). Estos seres ancestrales son de una frialdad extrema, sus cuerpos están perpetuamente blancos por la escarcha, sus barbas y cejas son siempre sonoras masas de témpanos. Aunque el Monte Conner haya sido su campo en los tiempos tjukurita (tiempos de la creación), en nuestros días residen bajo dos lagos salados situados a unos 25 kms más al norte. La entrada a su estancia actual que se abre en una isla baja cubierta de mulgas o hierba de plata (de la especie Anthistinia), conduce a inmensas grutas subterráneas, cuyas paredes cubiertas de nieve no cesan de ser barridas por frías ráfagas aullantes, es un lugar de horror al cual los aborígenes no se atreven a acercarse.

Es en tales grutas que todavía se encuentran en Australia pinturas primitivas. La base de estas pinturas está sobre todo hecha de ocre rojo, este pigmento es el material más caro de la cultura indígena. El ocre rojo es en efecto el cosmético de los aborígenes. Hombres y mujeres gustan de extenderlo sobre sus cuerpos ya que, además de liberar la piel del polvo que se ha acumulado, da el atractivo aspecto de bronce que todos los aborígenes admiran tanto.

La técnica de pintura parietal es verdaderamente muy simple. Agregando agua, el ejecutante mezclaba sobre la superficie de una piedra plana los dos pigmentos: ocre rojo y tierra de pipa blanca, haciendo de ello una pasta lisa. Después, con el índice, trazaba sobre el muro de la gruta un dibujo (a menudo en rojo). Una vez terminado este dibujo de base, el artista, sirviéndose como pincel de un pedazo de corteza arrancada de un árbol vecino, subrayaba los contornos con un trazo de tierra de pipa blanca.



Aborigen de Australia.

Pintura al óleo por el autor.



Hay dos escuelas en cuanto a la función del arte primitivo. Para una de ellas la necesidad de dibujar es una propensión del espíritu humano y todo arte verdadero es una actividad espontánea exteriorizada sólo por amor al arte; la otra escuela adopta un punto de vista opuesto y proclama que el hombre primitivo era esencialmente práctico y no perdía su tiempo en hacer pinturas, digamos de animales, por pura diversión. Él dibujaba animales más bien para asegurarse sobre ellos un control mágico, de manera que pudiera capturarlos más fácilmente en la caza.

Digamos enseguida que personalmente tenemos aún otra concepción de estos dibujos primitivos, que generalmente los investigadores han encarado con su punto de vista de hombres “civilizados”, materialistas y educados por ideas preconcebidas, en una palabra, analizando las cosas antiguas con un espíritu moderno. En efecto, en lugar de representar los animales por ejemplo para asegurarse el dominio mágico, como en la magia medieval con la ayuda de la estatuilla de cera se toma poder sobre aquel o aquella representada, los “primitivos” trabajaban tal vez en el sentido contrario y veían en la efigie la base posible de una operación mágica para dar de nuevo la vida… Esta sería pues, una explicación del totemismo y sobre todo de los elementos de la simbología que caracterizan fuerzas a ser puestas en movimiento. Principio entonces, de la Re-generación tan bien mantenido en ciertas escuelas esotéricas y en particular la enseñanza conservada en la Francmasonería, de que es preciso primero morir para Re-vivir, es decir regresar a la verdadera existencia iniciática. (Grano puesto en la tierra, que debe podrirse primero para luego dar nuevamente la VIDA).

Es preciso saber también que según los Aborígenes, el mundo antes de tjukurita, “los tiempos de la Creación” era una inmensa planicie, seca, sin accidentes, enteramente privada de vida. Vinieron entonces los Tjukurita, criaturas inmensas, semihumanas, reservorios de Kuranita (esencia de vida) que crearon el país tal como es conocido hoy día. Todo lo que fue creado en los tiempos tjukurita: rocas, cursos de agua, árboles, todas las criaturas vivientes incluso el hombre, fue impregnado de esta esencia vital (kuranita), cuya presencia significa vida, ausencia de muerte.

Cuando uno u otro de estos seres ancestrales moría, su cuerpo metamorfoseado en algún accidente natural, una roca o un árbol habitualmente, se convertía en una masa concentrada de su propia esencia de vida o kuranita. Tal roca que fue antaño el cuerpo de una goanna, hoy día está llena de la kuranita de las goannas; tal árbol, que es el cuerpo metamorfoseado de una serpiente-tapiz está lleno de la kuranita de las serpientes-tapiz, etc. Los lugares en los cuales mueren los ancestros son conocidos por los indígenas como pulkarin.

Hay lugares donde los aborígenes se reúnen en ciertas épocas del año para favorecer, por cantos y ritos apropiados, la multiplicación de las plantas y de los animales necesarios para la nutrición: la ceremonia que se celebra en un pulkarin de canguro tendrá por efecto que los canguros se reproduzcan más ampliamente; en un pulkarin de hierba, que la hierba sea más abundante; en un pulkarin de higuera, que los árboles de su especie den más fruto.

La cantidad de kuranita -esta misteriosa esencia de vida que penetra toda la naturaleza (como el « Prana » de los Hindúes)- que posee cada cosa, está en relación directa con su vitalidad. Rocas y hierbas tienen poco, todos los árboles tienen más o menos lo mismo, el emú tiene más que el pavo salvaje, el canguro más que la wallaby; el hombre más que la mujer y el curandero más que nada ni nadie.

El kuran de aquel que acaba de morir es muy temido, de modo que todo el mundo se aleja del lugar donde ha habido un muerto. Éste será enterrado y más o menos tres meses después del deceso, dos curanderos que acompañan a los parientes del difunto se dirigen a la tumba, capturan el kuran y lo colocan en el cuerpo de un viviente con el doble fin de dar una nueva estancia al espíritu, para que cese de ser un peligro para la comunidad y para dotar a su huésped de un poder más grande y de una vitalidad acrecentada proveyéndolo de un kuran (espíritu) suplementario.

Después de las primeras ceremonias de los funerales, viene una parte muy curiosa que sugiere la posibilidad de una creencia en una vida futura: la resurrección del “muerto”. Uno a uno los hombres que se han acostado cara a tierra, el cuerpo rígido, los brazos cruzados, las manos crispadas, se vuelven sobre la espalda, doblan sus miembros, abandonan la crispatura de sus manos, se frotan vigorosamente el cuerpo y las piernas, tiran de sus orejas. Lentamente cada “muerto” regresa a la vida, su cuerpo y sus miembros pierden rigidez, sus manos se distienden, sus ojos se abren hasta que al fin se sienta y se lamenta con los otros.

¿No es esa una señal de acercamiento con aquello que decíamos a propósito de las pinturas aborígenes: dar de nuevo VIDA a aquello que está muerto? ¿No es ese también el principio del «Mandala» tibetano: poner en acción las fuerzas de un símbolo? ¿No es, aun, la característica en Magia operacional el poner en movimiento cosas inorgánicas? (ver por ejemplo en nuestro libreto XXII la operación que consiste en hacer “vivir” una pintura, “dar de nuevo VIDA” a una escultura, hacer “revivir” un cuadro cualquiera).

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El alimento de los aborígenes es variado y desde el punto de vista nutritivo, bien equilibrado, como señala Charles P. de Mountford. Las carnes provienen de grandes bestias: canguros y emúes, hasta gusanos de madera y aun termitas; el pan está hecho con granos de hierbas diversas, de mulgas y otras acacias y, en diferentes estaciones del año, frutos salvajes: ciruelas, higos, melocotones, tomates del desierto, plantas de hojas verdes carnosas, algunas flores de árboles vienen a agregarse a la variedad del régimen. Aunque el desierto no asegure siempre la abundancia, los indígenas no sufren de enfermedades, de insuficiencias, en tanto que ellos no se liguen a nuestra “civilización”, no se nutran de harina blanca, de té y de azúcar y de otros productos de ésta.

Para beber, el Aborigen no lo hace directamente de un punto de agua, sino de un hoyo que cava en su proximidad. No transporta ninguna reserva, sino que bebe lo suficiente para continuar su marcha a través del desierto hasta el siguiente punto de agua. Consciente de que la eliminación por el sudor da sed, se cubre de arena dejando solo la cabeza, que coloca a la sombra de un arbusto, esperando así, en la frescura de su hoyo, la puesta del sol para continuar su marcha.

Los aborígenes viven enteramente desnudos teniendo por todo equipaje sus armas para la caza; en la noche cuando hace demasiado frío, encienden el fuego con algunos spinifex y se calientan con ramajes encendidos.

Naturalmente la cuestión del agua es la más importante en ese gran desierto de Australia central; así, existen los ritos para atraer la lluvia. La ceremonia se concentra alrededor de una concha. Debe pasar mucho tiempo antes de que una de estas conchas rituales (grabadas con curiosos dibujos) procedente del nordeste de Australia, termine por alcanzar la extremidad meridional del continente. A pesar de que los aborígenes no tengan ningún conocimiento real del lugar de proveniencia de los caracoles, su creencia de que estos vienen de un lugar que ellos llaman Tapidji, donde peligrosos lagartos (cocodrilos evidentemente) viven en el agua y comen hombres, no está muy alejada de la realidad (los bordes de la Gran Bahía Australiana, a más de 300 kms de distancia). Sus creencias les enseñan también que los curanderos de Tapidji, nadando en el agua, atrapan a los ringili (conchas), traspasándolos con una lanza particularmente fina. Se coloca las conchas al sol para endurecerlas y la herida causada por la lanza se convierte en el hoyo a través del cual se enfila el cordón de suspensión.

La ceremonia para atraer la lluvia tiene como base la creencia según la cual el ringili está impregnado de kuranita (esencia de vida) de agua, también la creencia que cuando uno la expande en el aire, esta kuranita forma nubes que crecen poco a poco bajo la acción estimulante de los cantos y de los ritos, hasta el momento en que la lluvia empieza a caer. Para detenerla, la concha es empolvada de cenizas y cubierta con un lazo de piel, en seguida enterrada al lado de un fuego de campo.

La eficacia de esta inma (ceremonia) ha sido más de una vez confirmada por europeos que vivieron en Australia central como Spencer, Gillen y Mountford, he aquí lo que dice este último: “El viejo hacedor de lluvia, Tilbukuna, había logrado hacer la lluvia maravillosamente -tengo otros ejemplos de eficacia de la magia indígena- sigo sin creer que medios de magia simpática exteriorizada en una ceremonia primitiva pongan a los aborígenes en medida de ejercer un control sobre las fuerzas naturales complejas de donde resulta la lluvia. Pero, un cierto número de hechos irrefutables subsisten igualmente. Tilbukuna no tuvo el derecho de elegir el momento, él no había sabido sino un día antes, que enfrentaríamos una peligrosa falta de agua; la lluvia caía al principio de septiembre completamente fuera de estación, puesto que la época normal de la caída de lluvia va de noviembre a marzo; se precipitó en el plazo previsto de cinco días y efectivamente, llovió».

En las grutas están escondidos los objetos ceremoniales, los kulpidji; son pequeñas placas de madera, estrechas y finas de dos metros de largo más o menos, grabadas con curiosos dibujos cuadrados de lados paralelos. Algunos deben ser muy viejos: sus grabados han sido desgastados casi completamente por el frote con la grasa y el ocre rojo.

Entre los Aranda (de los Macdonald Ranges) se supone que los tjunrunga fueron fabricados por los ancestros míticos del pasado, y forman el centro de la vida filosófica y todas las historias que se les asocia pertenecen al período de la creación. Antes de la llegada de los blancos, varios millares de estos tjurunga eran conservados en las grutas u otros escondites a través de todo el país Aranda de Australia central y sobre cada uno de ellos estaba grabada, con un simbolismo particularmente primitivo, la historia de la creación del lugar al cual éste estaba asociado.

A pesar de que los kulpidji de los Pitjendadjara sean tan sagrados que ninguna mujer u hombre joven no-iniciado estén autorizados a mirarlos, ellos no tienen la misma importancia en la filosofía de la tribu como los tjurunga entre los Aranda.

Se pensará inmediatamente, por supuesto, en nuestra frase generalizada ahora “estos objetos son tabú” o más simplemente: “son tabú”...

El tabú con la magia están a la cabeza de las creencias primitivas, pero ante todo es preciso comprender bien el sentido; también este aspecto forma parte de la historia de la psicología humana y debemos encarar entonces las cosas vistas con nuestra óptica de hombres civilizados, de hombres de ciencia, en una palabra: de occidentales.

En su Prefacio a “La Magia en las sociedades primitivas”, Hutton Webster escribe: “La actitud positiva de la magia se opone a la actitud negativa del tabú. Hay magia, por ejemplo, cuando el jefe Tonga, gracias a su riqueza en mana, cura a uno de sus sujetos enfermos tocándolo con el pie; pero es un tabú lo que prohíbe al jefe maorí rascarse su cabeza sacrosanta bajo pena de alterar o perder su santidad comunicándola a sus dedos, que son menos sagrados. En las islas Samoa, el propietario que protege su plantación por medio de un signo de prohibición indicando la presencia de una carga de mana, plantea un acto de magia; en cambio, la misma prohibición es un tabú cuya fuerza reside en el temor que tiene el posible ladrón de ser fulminado por el poder fatal atado al signo. Se ve desde ya que magia y tabú residen sobre la noción de un poder oculto impersonal. Hay un medio de utilizar la influencia benéfica de ese poder a condición para el operador de rodearse de las precauciones requeridas; es posible, por otra parte, sustraerse a su influencia maléfica tomando medidas de aislamiento.”

He aquí la opinión del profesor de antropología social de la Universidad de Nebraska, encargado del curso de sociología en la Stanford University of California.

John H. King fue el primero en mostrar la trascendencia de esa concepción en los dos volúmenes de su libro “The Supernatural, its Origin, Nature and Evolution” (Londres y Nueva York, 1892). Mas ¡ay! la hermosa compostura, el rigor y la información considerable del trabajo no bastaron para merecer la atención de sus contemporáneos; a decir verdad, la opinión pública no estaba preparada para esta nueva voz. Las teorías animistas (alma y espíritu de los muertos) formuladas por E. B. Tylor, Herbert Spencer y sus sucesores atraían a la mayoría de los historiadores de los orígenes religiosos; en cuanto a los fenómenos de la magia y del tabú, ellos comienzan apenas a ocupar la atención gracias a J. G. Frazer, él mismo un adepto a la hipótesis animista. Ninguno de los sabios que se acaba de nombrar tenía conciencia del papel que la fuerza “de arriba” (supernal* -como la llamaba King- ha jugado en la elaboración de las creencias y de las prácticas mágicas. La “eficacia” mística de las fórmulas, de las maldiciones y de las bendiciones, la “suerte” de los encantos, la “virtud” inmanente al mago mismo y a su equipo, todo eso siguió viéndose no como cualidades o propiedades impersonales, sino como el modo de acción de seres espirituales personales.

En resumen, una brecha está abierta en las posiciones académicas y dos teorías se encuentran en la base de las controversias. Por su lado, el antropólogo francés Arnold van Gennep propone bautizar de “dinamismo” la teoría impersonal de la magia y del tabú, por oposición a la teoría personalista de los animistas.

El término “mana” tomado de las lenguas melanesias fue adoptado por numerosos autores para designar la fuerza oculta, la fuerza de “arriba” concebida como impersonal; sin embargo en esa parte del Pacifico (en Melanesia), “mana” reviste mucho más a menudo un aspecto personal, toma su fuente en los Manes y los Espíritus que a su vez lo comunican a los hombres. Así pues el “mana” debe ser considerado como una fuerza oculta, que designa tanto una cualidad o propiedad impersonal, como aquella ligada a la personalidad bien definida de un ser espiritual. Y por este hecho, la distinción entre magia y animismo se mantiene vaga e incierta en las culturas inferiores.

R. H. Codrington menciona por primera vez la noción melanesia del mana en una carta al profesor Max Muller, citada por este último en sus “Hibbert Lectures” de 1878: “Existe la creencia en una fuerza enteramente distinta de la energía física, que actúa de todos los modos posibles para el bien o para el mal y es del más alto interés poseerla o dominarla… Este mana no está ligado a un objeto determinado, puede ser comunicado a casi cualquier objeto; de todos modos, los espíritus (almas desencarnadas o seres sobrenaturales) lo poseen y pueden transmitirlo; es propio de los seres personales producirlo, aunque ellos puedan actuar por intermedio del agua, de una piedra o de un hueso.”

El término mana es empleado en las Nuevas Hébridas, las Islas Banks y Salomón en la región de la Islas Florida. En el grupo Santa Cruz se encuentra un término diferente (malete), pero de sentido análogo. En la isla San Cristóbal, la palabra es mena. En la Isla de Guadalcanal, uno se sirve de nanama; en Mala o Lalaita, de mamanaa. En Ilawa, nanamanga tiene el sentido de “fuerza, poder”. Entre los Mono, que habitan las tres islas del estrecho de Bougainville, se encuentra el término kare, que significa “vigor, poder, fuerza” y se acerca a la idea de mana. En las islas Torres la magia reposa sobre el mena. En la Isla de Tikopia dos términos, mana y manu, designan los resultados concretos “que sobrepasan los resultados producidos por esfuerzos ordinarios”. En las Islas Leales men o man equivalen, por el sentido, a mana. La versión Lifu del Evangelio de San Marcos se sirve de la palabra mene para dar a la vez el griego dynamis, “poder”, “fuerza” y exousia “poder de hacer”. A pesar de la ausencia de todo término correspondiente a mana en Nueva Caledonia, parece existir una noción de la fuerza oculta esencialmente idéntica a aquella que uno encuentra en el resto de Melanesia.

Es significativo que los Aborígenes de Australia, relegados por la cultura material a la retaguardia de la humanidad, no solamente reconozcan la existencia de una fuerza oculta, sino que tengan aún una palabra para designarla. Según un viejo testimonio concerniente a las tribus occidentales (región de Perth), un mago posee boylyia, que expulsa de su cuerpo y hace pasar al cuerpo del individuo que él quiere enfermar. Otro mago cura la enfermedad extrayendo el boylyia del cuerpo del paciente bajo forma de fragmentos de cuarzo que los indígenas conservan “como raras curiosidades”. Según otra fuente antigua referente a los aborígenes de Perth, el boglia o mago tiene en el vientre un cristal de cuarzo (llamado también boglia) que es la sede de su “poder oculto extraordinario”. A su muerte, lo pasa al vientre de su hijo. El mago puede proyectar invisiblemente un fragmento sobre un enemigo, herirlo y matarlo, aun a gran distancia. Los indígenas creen que todas las muertes son provocadas de esta manera por magos malévolos.

En las islas occidentales del estrecho de Torres, la palabra empleada para la fórmula mágica es unewen (wenewen). Este término, en su amplia acepción, parece ser “el equivalente del mana oceánico” que traduce “poder espiritual” en la versión del Evangelio para los neófitos.

(La versión de los Evangelios empleada en el estrecho de Torres ha sido traducida de la versión samoana que deriva directamente del griego. Unewen corresponde al samoano mana, que traduce el griego dynamis, “poder”, “fuerza”).

En las islas orientales del estrecho de Torres, “cuando un objeto se comportaba de una manera extraordinaria y misteriosa, se lo miraba como zogo”. El término generalmente empleado como sustantivo, se utilizaba también como adjetivo, con el sentido de acercamiento a lo “sagrado”. Un objeto concreto, lluvia, viento, altar, la fórmula empleada para un rito, el mismo rito podía ser zogo. Por regla general, el objeto zogo era empleado con fines benéficos (por ejemplo en una ceremonia para producir lluvia); de todas maneras ciertos objetos zogo eran utilizados con fines malévolos. (Según A. C. Haddon: “Hay ciertas analogías entre zogo y mana”).

Los Marind, una población de la costa sur-oriental de Nueva Guinea holandesa (a un lado de Merauke), tienen una concepción del dema exactamente igual a la del mana. El indígena la comprende tanto como una fuerza impersonal y penetrante, ligada a todo aquello que es insólito o raro, como a un ser espiritual personal del cual procede esta fuerza. Colectivamente, los Dema son los espíritus ancestrales, los antepasados de los diferentes grupos tribales. Ellos se aparecen al mago en sueños y conversan con él. En el noreste de la Nueva Guinea holandesa, al sur de la Bahía de Humboldt, viven los Papúes de la edad de piedra conocidos bajo el nombre de Santani, ellos se sirven de la palabra uarpo (uarafo) para designar una fuerza oculta, impersonal, cuya acción puede ser tanto favorable como nociva. Todo aquello que tiene uarpo pertenece al mundo místico y es colocado aparte del mundo, de las cosas ordinarias e inteligibles (pujakara). En la mayoría de los casos, los objetos que poseen uarpo son tabú y todo contacto prohibido con estos, tiene resultados desastrosos para la persona interesada. Siguiendo las fuentes citadas por Paul Wirz, es a menudo difícil definir en qué medida los indígenas hacen la distinción entre esta concepción de una fuerza impersonal oculta y la fuerza ejercida por los seres espirituales que son los Uarpo. Estos no son espíritus de ancestros, como los Dema de los Marind, sino espíritus de la tierra, del agua y del aire.

Entre los Fijianos, la palabra mana está reservada a los Manes y a los Espíritus (kalu), a los jefes como representantes o encarnaciones del kalu, y a las medicinas. La eficacia de ciertas medicinas es atribuida a una acción espiritual y es probable que [el mana] haya estado de hecho en el origen de todas.

El término mana es, o ha sido universal en Polinesia. Aún más, la palabra y las ideas que este expresa podrían venir de Polinesia: se le encuentra en Melanesia en regiones que han sido nítidamente influidas por corrientes del Pacífico. Mana se emplea a la vez como adjetivo y sustantivo. En la lengua de los Maorí significa autoridad, influencia, prestigio, poder sobrenatural, “poseer cualidades que no poseen personas u objetos ordinarios”, eficaz, activo.

Este presenta un contenido sustancialmente idéntico en las lenguas de las islas Samoa, Tahití, Hawái, Tonga y Marquesas. La idea-madre, con toda evidencia, está ligada en particular a los dioses y sus representantes terrestres, los jefes y los sacerdotes.

Los Ainu del Japón, que son el último vestigio de un pueblo prehistórico muy expandido, emplean el término kamui para designar al dios supremo y creador, y también a una multitud de espíritus. Aplicado a los espíritus buenos, expresa la cualidad de beneficencia y de socorro a los hombres. Aplicado a los espíritus malos, indica aquello que es preciso temer más que a todo. El término es susceptible aun de otro empleo como expresión de respeto a los seres humanos y aun a los animales y los seres de la naturaleza, sin que estos sean necesariamente considerados divinos y dignos de adoración. Sin ser para nada derivado del Ainu kaimu, el nombre japonés corriente para dios, kami, concuerda estrechamente con éste en la significación. Motoori, el gran campeón del Shintoismo (siglo XVIII), declara que no solamente las diversas divinidades del cielo y de la tierra y los seres humanos como la sucesión de los Mikados (“con todo el respeto que les es debido”), sino aun los pájaros, los animales, las plantas, los árboles, los mares, las montañas, “todo aquello que merece ser temido y reverenciado por los poderes extraordinarios y preeminentes que posee, son llamados kami”. W. G. Aston hace resaltar que estos no tienen necesidad de ser eminentes por su nobleza, su bondad o su utilidad superiores. Los seres malévolos y extraños son también llamados kami ya que son objeto de un temor general. Aplicado a objetos naturales, no designa a sus espíritus. “La palabra se aplicaba directamente aun a los mares y a las montañas en su calidad de cosas muy temibles”.

Los indígenas de la Península Malaya aplican el nombre de badi2 al “principio malo”. La palabra se relaciona con todo aquello que tiene vida, comprendidos los objetos inertes, pasando estos también por animados. El badi puede salir de un tigre percibido (a causa de la fascinación que la fiera ejerce sobre su presa), del árbol venenoso bajo el cual uno pasa, de la baba de un perro rabioso y “del principio contagioso de un objeto malsano”. Su número (193 según unos y 190 según otros) corresponde al número de djinns o genios, que forman una amplia clase de pequeños dioses o espíritus. Si los djinns pueden ser benéficos, ese no es el caso de los badi, unos y otros pasan por causar toda especie de desgracias a los mortales. Unos y otros habitan en las cavernas de la montaña, en los rincones de la selva virgen y otros lugares solitarios.

La península malaya tiene también el término kramat que significa “santidad”, pero se emplea ordinariamente como adjetivo para calificar a hombres, animales, objetos inanimados y lugares santos. Cuando se trata de personas, implica “una santidad especial y un poder milagroso. Se puede considerar también ese término cuando es aplicado a un hombre o a una mujer, como queriendo definir un mago o un profeta. En fin, hay la palabra dulat que se aplica a la santidad incomparable de los jefes malayos.

Según los Annamitas, todos los seres de la naturaleza poseen una “energía activa” llamada tinh. Es la virtud iluminadora del sol, la virtud germinadora del grano, la virtud curativa del remedio, en resumen, “el principio esencial” de toda actividad. La palabra tinh se emplea igualmente en el sentido de “espíritu” como el poder personal tanto bueno como malo. Los Moi de Indochina designan por pi a todas las “fuerzas ocultas” con las que se cuenta o cuya intervención en los asuntos humanos se teme. Según H. Baudesson, designaría aproximadamente la idea de “acción sobrenatural” y correspondería, en el fondo, al mana melanesio. Los Bannar (o Bahnar), o sub-grupo de los Moi, que dan al brujo el nombre de deng, se servían también de este término para designar el poder nefasto que éste ejerce. La palabra parece emplearse además, como verbo para indicar la comunicación de este poder a los objetos.




Saddhu de la India (Místico Peregrino).

(Pintado por R. de la Ferrière)





Entre los Karen de Birmania, el principio fundamental de la magia lleva el nombre de pigho, “fuerza impersonal que penetra todo y puede tanto el mal como el bien”. Puede residir en ciertas personas que se sirven de él para cumplir actos insólitos. Transmitido por vía de ritos y encantamientos a ciertos objetos, los vuelve amuletos. Las divinidades poseen igualmente pigho, al que deben el operar cosas extraordinarias. Pigho es el equivalente karen de mana.

La concepción de fuerza oculta está ampliamente expandida en la India, tanto entre los Hindúes como entre los Musulmanes. Los Hindúes la llaman Shakti, “es el poder dinámico creador de todo ser visible e invisible, de los objetos animados e inanimados”. Sus efectos buenos son llamados barkat, sus efectos malos son anist. La “Shakti” es peligrosa y no debe ser tratada a la ligera; “desde un cierto punto de vista, todo el esfuerzo del hombre en el ritual mágico y religioso debe apuntar a dominar esta fuerza”3. Los Musulmanes la llaman kudrat: buena, sus efectos son barkat (el término hindú); mala, sus efectos son harkat. El sinónimo hindú más corriente de Shakti es dev, “bueno”. Los Musulmanes emplean tab o “calor” como sinónimo de kudrat.

El término malgacho hasina significa “poder sobrenatural”. Como el dulat malayo, está especialmente ligado a los jefes. Un jefe de clan, por ejemplo, tiene mucho hasina porque él pertenece a una familia conocida por poseerlo y también en razón de los diversos ritos consagratorios cumplidos por sus parientes y los magos para dotarlo de éste. Como el dulat, el hasina es extremadamente contagioso, a tal punto que aquel que, siendo tocado, es incapaz de asimilarlo, probablemente caería mortalmente enfermo. Es por esta razón que el Jefe en Madagascar no debe dirigirse a sus súbditos directamente, sino que debe emplear un intermediario inmunizado.

Los pueblos de lenguas bantú de África del Sur, reconocen la existencia de una “Energía o Poder” impersonal, incorporal, omnipresente, inmanente a todas las cosas, pero especialmente concentrado en ciertos objetos eminentes. Por sí misma no tiene carácter moral y puede servir a fines buenos o malos, según el gusto de quien se sirva de ella.

Según J. H. Driberg, las creencias africanas reposan esencialmente sobre la idea de una “Fuerza abstracta, de una energía natural, sin forma, como el ether, penetrándolo todo y que, a fin de cuentas, no es mirada jamás de manera antropomórfica”.

Ya sea el Tilo de los Bathonga, el Bwanga de los Ba-ila de Rhodesia, el mnlungu de los Wayao de Nyassaland, el Engai (Ngai) de los Masai, etc., los hechos recogidos entre los Wayao, los Anyanja, los Wabena, los Masai, los Akamba y los Akikuya de África Oriental dan nítidamente a pensar que, entre estos pueblos, el carácter personal definido que se atribuye al gran dios, representa un estado reciente de una concepción antigua, más vaga, de una fuerza oculta impersonal.

Los Azandé del Sudan anglo-egipcio tienen la noción del mbisimo, el “alma” de una cosa. Los Pigmeos Bambuti que viven en la selva de Ituri al noreste del Congo belga, creen en una “fuerza mágica” a la cual dan el nombre de megbe. Los Nkundu del Congo belga designan como elima una fuerza que “escapa a los sentidos, impersonal”. P. Schebest la compara al mana.

Los Yoruba4 de la Costa de los Esclavos expresan la idea de “poder sobrenatural y suprasensible” con el término ogún. Las máscaras de madera que se llevan durante los ritos de la sociedad secreta Oro, el bastón Oro, o “bull-roarer”, la vara del mago, las palabras de una maldición, todos poseen ogún. En Dahomey, la noción de vodun se aplica a todo aquello que sobrepasa el poder de la inteligencia humana, que “desconcierta y sale de lo ordinario; a lo terrible y a lo prodigioso”. Entre los Twi de la Costa de Oro, se da el nombre de Bohsum a una clase de divinidades familiares o locales. La palabra significa también luna, tiene además la acepción adjetiva de “oculto”, “misterioso”, “sagrado”; así, bohsum eppoh = “mar misterioso”.

Ya sea el sale (medicina, veneno, magia) de los Kpellé de Liberia, el kele de los Lobi del África Occidental francesa, el gnama (n´ama) de las tribus Mandingo, se trata de hecho del análogo de los Berberes y de los Marroquíes de lengua árabe, que se sirven del término baraka (“bendición”) para designar “una fuerza taumatúrgica misteriosa” considerada como una bendición de Dios.




Jefe religioso de Madagascar.

(Retrato al óleo por el auto.)



E. Westermarck, que ha estudiado ampliamente a estos pueblos, da a ese poder el sentido de “santidad”, de “virtud mágica bienhechora”. El describe ampliamente las personas y los objetos dotados de baraka, sus manifestaciones milagrosas, sus aspectos benéficos, pero también a menudo peligrosos, su sensibilidad al contacto de las influencias contaminantes, aquellas sobre todo de orden “sobrenatural”. Los elementos peligrosos de la baraka están personificados frecuentemente en los jnún (jinni) que constituyen, en términos de la ortodoxia musulmana, una raza especial de seres espirituales anteriores a la creación de Adán. Las relaciones entre santos y jnún son estrechas a menudo, tanto que las fronteras entre los dos es a veces casi obliterada. Mientras que la noción de baraka pertenece al contexto riguroso de la religión del Profeta, sus ideas y las prácticas diversas que han tomado cuerpo “no son a menudo, más que la interpretación religiosa de una Fe con fuerzas misteriosas, infinitamente más antigua que el Islam y común a los Árabes y a los Berberes antiguos”5

Los Moros reservan a la fuerza mala, impersonal, el nombre de bas. Es difícil hacer la separación entre sus efectos y aquellos que son atribuidos a los jnún y que son casi siempre de carácter maléfico; el habla popular confunde a veces bas y jnún.

La tribu Arawak de los Chané (norte de Argentina) y los Chiriguano (una tribu Guaraní de Bolivia central) dan a la fuerza “sobrehumana” el nombre de Tunpa. Pero estos indios también personifican la noción: los Tunpa son muertos que poseen esta fuerza y con los cuales los hombres-medicina están en estrecha relación. Los Tunpa comprenden por otra parte diversos personajes que pertenecen a las leyendas tribales.

Algunas tribus del Matto Grosso (cuenca del Guapore superior) creen en una “sustancia mágica invisible” que flota en el aire e impregna altares, cencerros y otros objetos sagrados.

Los Jíbaros del oriente del Ecuador reconocen la existencia de una fuerza o propiedad llamada tsarutama. Esta fuerza es el rasgo característico de un número considerable de dioses y de espíritus, al mismo tiempo que de todos los animales y plantas que figuran en el mito jíbaro de su origen. Es preciso agregar ciertos objetos naturales sorprendentes que son frecuentemente personificados, como el dios río y el dios lluvia. Etsa (el sol) y Nantu (la luna) están llenos de esa fuerza, cuya influencia se ejerce sobre todos los acontecimientos terrestres.

Los Indios Chorti de Guatemala, cuya religión representa una amalgama de elementos indígenas y de creencias católicas, ofrecen la noción muy definida de los agrios, sustancias que penetran en el cuerpo humano para provocar dolor y enfermedad. En español es nombrado hijillo.

Siguiendo una creencia casi universal de los Indios de América del Norte, algunos objetos determinados, fenómenos de la naturaleza, animales, seres humanos, todos los espíritus y los dioses, poseen cualidades o propiedades superiores a aquellas del hombre. La mayoría de las tribus han llegado inclusive a la noción de un poder maravilloso, capaz de realizar cosas extraordinarias y que puede manifestarse por beneficios o maleficios. Este poder no está sino “vagamente localizado”. Lleva a menudo un nombre especial. Esta noción puede inclusive acercarse a la idea de un dios supremo de naturaleza “muy poco antropomórfica”. Según D. G. Brinton, se encuentra con frecuencia en las lenguas amerindias un término que “abraza todas las manifestaciones del mundo invisible sin presentar ninguna acepción de unidad personal. Ha sido traducido por espíritu, demonio, Dios, misterio, magia y, de una manera tan expandida como injustificada, de “medicina”. Además de manito, oki y otros términos en uso entre las tribus de América del Norte, está el azteca teotl, el quechua huaca, y el maya ku. Todos esos términos expresan, de la forma más general, la idea de lo sobrenatural”.

Por otra parte, J. W. Fewkes hace notar que la misma idea parece haber sido expresada por la palabra zemi empleada por los Tainos, aborígenes extinguidos de las Grandes Antillas. Zemi, que significaría originalmente poder mágico, ha venido a ser aplicado a todos los seres sobrenaturales y a sus representaciones simbólicas. En varios dialectos Arawak la palabra que significa tabaco es tchemi, alusión evidente a su poder mágico (zemi).

Las tribus iroquesas dan el nombre de orenda a la energía inmanente, poseída o ejercida en un grado característico por todo ser, animado o no. La expresión correspondiente de los Algonquinos del Centro es manito, que puede designar todo aquello que presenta una virtud taumatúrgica. Los Sioux poseen el término de wakan (wakanda) para designar el poder oculto.

Expresiones equivalentes, o más o menos, de orenda, manito, wakanda, etc. se constatan en muchas otras tribus indias: digin de los Navajos, dige de los Apaches, hullo de los Chickasaw, poa de los Paiute meridionales de Utah, puha de los Paviotso o Paiute septentrionales de Nevada, tipni de los Yokut de California, kaocal de los Pomo, matas de los Yuki de la costa, tinihowi de los Achomawi, tamanus de los Twana y Klallam de Washington, naualak de los Kwakiutl, sgana de los Haida, yek de los Tlingit, etc.

Aun en el área de los Esquimales, la fuerza Sila, recuerda aquella de mana, y así, de los desiertos quemados del Centro Australiano a las soledades heladas de América Ártica, los pueblos primitivos ofrecen la noción de un poder o fuerza oculta que tiene un nombre particular y de la cual mana constituye la expresión más apropiada.



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El término “Magia” que según algunos provendría del sánscrito “Maha” (Grande) en su acepción de “Ciencia” o mejor aún de “Gran Ciencia”, entendida como Maestría de todas las ciencias, debe ser comprendida ante todo como el derivado latino de “magistere”. El Mago6 es pues el Iniciado en las Artes, en las Ciencias y las Filosofías, es el Maestro perfecto que representa toda la Suma del Saber, es el Sabio que posee el Conocimiento.

Las Estancias de Dzyan”, que es quizás el libro esotérico más antiguamente conocido, nos enseña que los conocimientos secretos mal empleados se convierten en brujería, mientras que empleados para el bien, constituyen la Magia, es decir el verdadero conocimiento de la Sabiduría.

Mas ¡ay! se engloba demasiado fácilmente en nuestros días, bajo el nombre de “magia” todos los conocimientos supra-normales (o llamados así) buenos o malos; así como, bajo el vocablo “ocultismo” se clasifica fácilmente la videncia, la cartomancia, el faquirismo**, etc.

De todos modos, se debe hacer notar el esfuerzo considerable de los hombres de ciencia para actualizar la diferencia entre fenómenos explicables, aun provenientes de fuerzas supra normales y las prácticas engañosas siempre en uso.

No es raro, en efecto, leer en la prensa actual prácticas de brujería y que los tribunales juzguen un cierto número de procesos.

El hecho está generalizado en todos los países y nos contentaremos con dar un ejemplo: Francia.

La epidemia del mal dado hace estremecer la campiña normanda”, escribía el 16 de junio de 1954 en “Samedi Soir” Michel Agnelet, como encabezado de un reportaje consagrado al “país de los echadores de suerte”. “A cinco horas de París he encontrado la Edad Media”, notaba Beatriz Beck, en el “Express” del 17 octubre del 1955, después de una encuesta entre los “tocadores y dormidores” del departamento Deux-Sèvres.

Algunos meses antes, un anuncio, publicado el 22 de abril en el “Berry republicain”, relataba que un agricultor acababa de dar una golpiza a su doméstico, en una finca de Vezins, acusando al personaje de haber hecho morir por brujería a varios animales.

En el plano de estudios folklóricos, muchos trabajos describen comportamientos análogos, por ejemplo, el libro de Seignolle sobre la Sologne (1946), aquel de Leproux sobre la Charente (1954) o aun los artículos de Ellenberger (1949-1950) exponiendo los resultados de las encuestas en Poitou. En fin, Marcelle Bouteiller, investigando en el departamento de Cher e Indra desde hace unos doce años, acaba de publicar “Brujos y echadores de suerte” (Ed. Plon. París, 1958).

El Profesor C. Levi-Strauss (Director de los Estudios en la Escuela práctica de Altos Estudios) como eminente autoridad, hace el prefacio de la obra en estos términos: “¿Es por azar que algunas páginas que Marcelle Bouteiller me ha pedido a guisa de prefacio, son escritas en este fin de semana de diciembre 1957, cuyo inicio estuvo marcado por el asunto de brujería de la Sarthe? Una familia campesina se creía víctima de un conjuro, a continuación de la muerte inexplicada de varios animales domésticos. Consultan a un especialista, quien recomienda colocar en diversos puntos de la finca, una sal tratada especialmente para recibir las “diecisiete virtudes”. Al día siguiente sin embargo, otro ternero muere y la hacendada toma la dirección de las operaciones. En un cuarto con las persianas cerradas, intenta, al parecer, organizar un sabbat clandestino. Pero, sobre todo, convencida de que el mal estaba en ellos, obliga a los suyos a consumir por puñados la sal consagrada. Un niño pequeño y un joven, mueren.”

Más adelante, el sabio profesor continúa: “Los brujos no pertenecen solamente al pasado. Marcelle Bouteiller los conoce por su nombre y nos da lo sustancial de sus propias observaciones. Esta confrontación del presente y del pasado conduce a una constatación notable: la reducida plasticidad de las artes mágicas. Desde hace siglos y sin duda milenios, de un lado a otro del mundo, las mismas creencias y las mismas técnicas se perpetúan o se reproducen, a menudo en el más pequeño detalle.”

M. Bouteiller (Maestra de Investigaciones en el Centro Nacional de Investigación Científica) cuenta en su interesante obra una multitud de anécdotas, no solamente recogidas en los procesos verbales oficiales de los procedimientos de antaño, sino aun de las narraciones de la actualidad, que demuestran que tanto en las ciudades como en las campiñas, la brujería no ha cesado jamás de existir desde los tiempos más alejados hasta nuestros días.

La autora da los medios empleados por los brujos, los métodos de los “echadores de suerte”, los resultados registrados y los sistemas de defensa. Para este último caso, tomemos algunas líneas de su último libro (p. 95): “A veces se transfiere el sortilegio, aniquilando sin embargo el “choque de regreso”. Así, la mujer de un prisionero, cortejada por un brujo de Bouesse durante la guerra de 1939-1940, temiendo engañar a su marido con un emisario del diablo, buscó por sí misma a otro hombre. Pero antes de acostarse con él, ella viraba cuidadosamente el espejo contra la pared.

Una técnica de transferencia clásica es aquella del contra-encantamiento por el corazón de buey o de cordero, descrita en las antiguas antologías (Enchiridion del Papa León, Antología del Papa Honorius, etc.), ésta ha permanecido viva.”

Más adelante (p. 105) la autora indica aun: “El Gran Alberto,7 antiguo tratado de magia particularmente favorecido en las campiñas de Francia, indica como soberano remedio contra el anudamiento de la agujeta8, la sal bendita consumida en ayunas con un picoverde asado. Colocar ostensiblemente un salero sobre la mesa de una habitación donde entra de improviso un brujo, se mantiene como una costumbre bien conocida.”

En fin, M. Bouteiller explica igualmente (p.106): “Hay figuración simbólica cuando el anudador de agujeta anuda una cuerdecilla para volver impotente al marido, o cuando, para disminuir la cantidad de leche dada por las vacas, el echador de suertes traza con un caracol un círculo al interior del pote donde se recibe la leche. El círculo marca a partir de ese instante un límite infranqueable. Asimismo, se coloca en el arroyo un hueso hueco para provocar diarrea a un enemigo.”

Está también la cruz, que constituye otro medio de protección clásico. En ciertas campiñas, hoces colocadas en cruz delante de la puerta de un establo, aniquilan el poder de los brujos. La salvaguardia conferida por el signo sagrado se agrega aquí a la figuración mágica, puesto que el filo de la hoz herirá al enemigo.

Pero ¿qué cosa es la cruz, dirá un etnólogo, sino la imagen de los puntos cardinales, cuyo valor simbólico y protector encontramos en todas las sociedades del mundo? En realidad, concluye Bouteiller, si para un campesino nuestro la cruz no ofrece hoy día más que una connotación religiosa, se podría pensar sin embargo que su utilización conlleva quizás comportamientos ancestrales, donde sobreviven conceptos muy antiguos y naturalistas.

Las viejas representaciones naturalistas intervienen en efecto cuando la vara que constituye la suerte está atada a un roble (árbol sagrado, símbolo de fuerza como lo hemos visto ya, por ejemplo, en nuestro libro “Los Grandes Mensajes”). Por razones del mismo orden, muchos procedimientos mágicos utilizan el círculo que circunscribe el espacio protegido y se opone a la llegada de influencias nefastas (explicado igualmente en nuestro análisis sobre los Druidas).

El poder del círculo está ligado a que esta figura reproduce el circuito del sol. Recíprocamente se debe tener en cuenta la influencia de la luna. La imagen de la luna creciente, escribía el Dr. de Westphalen a propósito del país mesino, poseía antaño el poder de aniquilar las malas influencias. (Ver también la disposición de las piedras en el lugar mágico descrito en nuestro libro segundo de la serie “Los Grandes Mensajes”).

Todas las civilizaciones relacionan la cualidad de herrero y el poder mágico (Chaman siberiano, brujo del África Negra) “Fabre (en Glosario de Poitou de Saintonge y de Aunis) hace resaltar que el término popular poitevino “drouina” de origen celta, designa a la vez el caldero y la bruja (el calderero es llamado en este caso “portador de drouinas”).

Esta cuestión del caldero evoca naturalmente el gran recipiente que en el sabbat de las brujas sirve para la preparación de las mixturas mágicas. En cuanto al herrero (veremos más adelante que ese es también el nombre que ciertas tribus dan a los Espíritus) notemos al pasar que está en contacto casi directo con el fuego, elemento muy importante en la magia y que los brujos de todas las tribus utilizan con gran beneficio.

Pensamos evidentemente en África, y atribuir al continente negro el nacimiento del primer hombre es algo curioso de notar, ya que hay numerosas leyendas muy antiguas que testimonian que es allí donde se encontraría el origen del ser humano.

Lo hemos visto ya (citando a los Yorubas) que incluso numerosos sabios están dispuestos a reconocer lo bien fundada de esta teoría.

Sea como sea, África ha jugado un gran papel en la historia de la Magia y de todas las cuestiones ocultas. Raimundo Lulio, Paracelso, así como Clemente de Alejandría y muchos Padres de la Iglesia, fueron a África a buscar la suma de su enseñanza.

Algunos pretenden que son los Faraones quienes han legado a los Peuhls, a los Songhay del Níger, a los Bambara y a otros pueblos africanos, su ciencia esotérica; aun debe tratarse de los Iniciados de antes de la época que traza la historia de Egipto, pero no es imposible que al contrario, las grandes lecciones Iniciáticas hayan provenido justamente de las poblaciones negras que antaño habían alcanzado un alto grado de Conocimiento.

La mayoría de las poblaciones negras actuales no son más que los descendientes de las civilizaciones desaparecidas. La opinión del gran viajero americano James Churchward es también compartida por un gran número de hombres de ciencia, al declarar que no hay “salvajes” propiamente hablando, y que aquellos que pretenden serlo, no son más que los descendientes degenerados de poblaciones llegadas a un gran desarrollo de conocimiento, pero a las que han golpeado calamidades sucesivas reduciéndolas a su estado actual de “salvajismo”, decadencia en la que algunas han caído totalmente.

Se podría citar aun la Atlántida, que explicaría muchas cosas. Pero ya los Tuareg, esos caballeros del desierto, guardan un gran misterio en sus tradiciones, en las que no se puede encontrar analogía alguna con otras tribus de la Tierra.

Entre los Senusitas, esos Árabes místicos cuya sede religiosa está en Fezzan, hay dos jefes distintos: uno es el jefe militar, el Mahdi Senussi, el otro el jefe religioso, el Mahdi Sunni. No deberían confundirse la civilización Senusita y la credulidad de las tribus negras de Fezzan, de las que dependen los Arifet. Los ritos y la filosofía Senusita parecen tener su fuente sea en Persia y entre los Asachimos (Assacis) descendientes del “Viejo de la Montaña”, sea en la India y quizás aun en el Tíbet.

Las tribus de los alrededores del Tibesti, caídas en una abyecta regresión (no tienen escrituras y hablan como ladran los perros), habían alcanzado antiguamente una civilización grandiosa, como escribe muy bien el Capitán Bourbon. Taiserbo, su ciudad, contenía varias centenas de millares de habitantes, era vecina de la actual Kufra (en Fezzan) y cerca de una mezquita en ruinas, bajo tierra se encuentra un verdadero hipogeo, parecido -en pequeño- al de la Atlántida, descrito por Pierre Benoit. En una inmensa cueva calcárea fueron abiertos nichos que forman su contorno. En cada uno se había colocado el cuerpo de los antiguos soberanos del país. Estos cuerpos envueltos en yeso o cal estaban recubiertos de una capa de polvo de oro.

No insistiremos demasiado sobre estos “zombies”, muertos-vivientes de los que ya hemos hablado, así como del culto Vudú, en el folleto XXIII. Muchos exploradores han visto en África, al caer el día, trabajadores negros con ojos sin alma y aire ausente. Esta especie de sombras animadas por un reflejo mecánico, no serían otra cosa que muertos, o al menos moribundos, puestos de nuevo, por un procedimiento mágico, en estado de trabajar, pues los brujos poseen los secretos del paso del alma, ya sea a un muerto, a un animal o a un vegetal. El Profesor de Villaudon declara que estas prácticas son igualmente de origen egipcio.

Es un hecho que todos los signos y los ritos de iniciación de los negros son idénticos a aquellos usados antiguamente en Egipto y todo eso trataría de explicar que una parte del continente africano habría sido una colonia de la Atlántida, ese continente desaparecido después de haber alcanzado una civilización de las más grandiosas9.

Los Bambara rinden culto al Dios Obi, dios único que implica la Swástica, el Tau y la Cruz. En la teología Monoteísta de los Bambara, según el Comandante Griaule: “Hubo primero un solo núcleo en el Cosmos, éste contenía todo aquello que “debía devenir” y, por tanto estaba vacío (nuestro átomo). El Dios Creador emitió 22 vibraciones, y fue el Mundo, que él vivificó con 11 vibraciones y nació la vida. La materia y el espíritu son una espiral que sube y que baja nuevamente, de la vida a la muerte y de regreso...”.

Se notará que esta teoría se aplica muy bien a la simbología oculta y también a los datos científicos y está lejos de ser una vaga leyenda supersticiosa.

Parece ser, pues, muy probablemente -si África no es el continente que ha visto nacer al primer hombre- que los negros hayan alcanzado un muy alto Saber. Muchas cosas parecen haberles sido conocidas, mientras que nosotros nos encontramos en algunas sólo en los tanteos elementales, a pesar del progreso de nuestra Ciencia. Fue Sir Stanley Eddington quien dijo: “Oh, hombre, prosigue tu camino, si miras hacia atrás, verás seres más sabios que tú. Si miras hacia adelante, verás el enigma”. Nada lo demuestra mejor que las aplicaciones de la magia curativa. Nuestros curanderos actuales, cuyos resultados sorprendentes no se pueden negar, que sobrepasan a menudo con mucho a los de la medicina oficial,10 no son nada en comparación con aquellos que los Magos de la Antigüedad pudieron realizar.

Hemos citado ya en varias ocasiones los descubrimientos que han puesto al mundo moderno en presencia de métodos antiguos de tratamiento tanto en lo que concierne a la medicina como a la cirugía (ver nuestros folletos VI, VIII y IX).

El Dr. Steyn de la Universidad de Pretoria, pretende que los Caffres conocen el uso de cinco mil plantas curativas, pero los negros conocen también el efecto de las vibraciones y de las ondas magnéticas. El Cmdt. Griaule ha podido, en cierta medida, captar la confianza de los Chambas en lo referente a sus ritos religiosos, pero sus métodos de cura son infinitamente más secretos. Sus manipulaciones y trituraciones farmacéuticas continúan siendo un misterio11.

En las tribus llamadas primitivas, la Magia y la medicina se mezclan estrechamente, así como la astrología, la ciencia de las vibraciones, de los sonidos, etc. Eso era así en los Colegios de Iniciación de Egipto y aún en los Liceos de Grecia; no fue sino más tarde que la medicina fue aislada de la Astrología, la física extraída de la Magia, la química derivada de la Alquimia, etc.

Por otro lado, las palabras de Jesús hacen reflexionar: “Si conocéis el nombre exacto de las cosas, podréis mandar no solamente a los seres, sino aún a las cosas inanimadas, a los árboles, a las rocas, al fuego y a los elementos...”.



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¿Cómo es visto el mecanismo “mágico” por los hombres de ciencia modernos?

He aquí la definición de H. Webster, en su capítulo “Magia y Animismo”: “Concebido como impersonal, el poder oculto consiste en la cualidad o la propiedad reconocida a ciertos objetos, con base en la fe de la experiencia que el hombre tiene de esos objetos y de sus atributos. Siendo impersonal, es susceptible de ser puesto a merced del hombre. Accionado por el sujeto intencionado, de la manera y en el tiempo convenientes, producirá el efecto que se espera de él, salvo que la intervención de un agente más fuerte, humano o no, venga a paralizarlo.”

Concebido bajo forma personal, el poder oculto es ligado a seres espirituales dotados de acción a voluntad. Los habitantes del mundo invisible forman una sociedad abigarrada: espíritus de muertos o almas desencarnadas; espíritus buenos o malos que jamás han vestido la envoltura humana, dioses de rango más o menos elevado. Innumerables, están presentes por todas partes y cada uno a su manera, intervienen para lo mejor o lo peor en los asuntos humanos. Puede que intente reducirlos a hacer su voluntad, pero lo más a menudo el hombre adopta a su respecto una actitud de humilde cliente y se esfuerza por obtener, con oración y sacrificios, toda clase de ventajas para esta vida y la futura. Es imposible imaginar almas desencarnadas, espíritus, dioses, sin sentimiento o afectividad, sin un cierto grado de inteligencia y una forma humana, en resumen, sin un cierto grado de personalidad humana. Esa tendencia a personalizar se acentúa con el progreso de la cultura y alcanza su apogeo en las grandes religiones politeístas de la antigüedad.

Hay pues una verdadera distinción fundamental entre un poder que presenta tendencias invariables y uniformes que uno puede utilizar en beneficio propio, y un poder que se manifiesta caprichosamente al hombre por seres espirituales cuyo carácter antojadizo crece con su grado de personalización. Pero la diferencia, para nosotros evidente y definida, queda vaga y flotando para el pensamiento primitivo.

El pensamiento primitivo pasa, como lo más natural del mundo, de una concepción a otra, de modo que una “influencia” será fácilmente exaltada a “espíritu” y a la inversa, un “espíritu” será fácilmente asimilado a una “influencia”.






Jefe Maori de Nueva Zelandia

('Retrato pintado al óleo por el autor)

Un mito maorí es consagrado a Tu-matauenga, un hijo del Cielo y de la Tierra perteneciente a la primera generación de los dioses. El devoró a sus cuatro hermanos y los convirtió en alimento. Determinó para cada especie de alimento el encantamiento que aseguraba su producción abundante y fácil. Otro mito relata como el dios Rongotakawin formó al héroe Wakata del paño que una mujer -Apakura- llevaba como vestido; le dio vida y le enseñó “la magia y el uso de los encantamientos de toda clase”. Los maoríes personificaban la brujería (makutu): la diosa malvada Makutu habitaba con Miru, otra diosa igualmente mala, en el terrible mundo subterráneo. Rongomai, un semidios célebre y el ancestro de los maoríes se dirigió allá. El aprendió de Makutu y de Miru las fórmulas mágicas y el arte de la brujería, al mismo tiempo que cantos, danzas y juegos rituales. Miru se apoderó de uno de ellos y lo retuvo a cambio de esta enseñanza, pero Rongomai y el resto de sus intrépidos compañeros salieron sanos y salvos y regresaron al mundo luminoso de la vida.

Se piensa que el fundador legendario y deificado del Imperio Japonés, Jimmu Tenno, fue el primero en enseñar el uso de las fórmulas mágicas. El origen de las otras formas de magia se relaciona a los dioses Ohonamochi y Sukuna-bikona.

Entre los Lushai de Assam (frontera Indo-Tibetana), a Pathian, el dios creador, se le atribuye el conocer la magia. Él le enseñó a su hija, quien a su vez la comunicó a Vahrika, otra figura mitológica, en rescate de su vida. De Vahrika, el conocimiento y la práctica de la magia negra llegaron hasta el hombre por algunos intermediarios. Los Gond Maria de Bastar dicen que la primera persona en el mundo en haber ejercido la brujería fue Nandraj-Guru y que es a él a quien deben ese arte todos los dioses y los muertos. Un Maria, ocupado un día en arrancar raíces en la jungla, encontró al Gurú enseñando a sus discípulos y regresó cada día en secreto para escuchar lo que él decía. El Gurú terminó por notar su presencia y le hizo comer sin que él lo supiera, el hígado de su propio hijo, dándole al mismo tiempo la ciencia del mal y de la muerte. Él fue el primer brujo y de él los hombres poseen el secreto para perjudicar y matar a sus enemigos.

Los Nkundu del Congo belga dicen que Dzakomba, habiendo creado todas las cosas, creó también la magia. La magia es divina, viene de dios. Los Bakongo atribuyen así mismo a Nzambi, el Ser Supremo y la Causa Primera de todas las cosas, el origen de los encantamientos: es él quien los ha remitido a los ancestros. Estos pueden librarse al ejercicio de la magia y caer ellos mismos bajo su golpe, puesta en obra por sus descendientes vivos. Para los Bafia de Camerún, toda magia se remonta a Mubei, su ancestro tribal, que fue el primero en inventar técnicas mágicas. Los Ekoi de Nigeria del Sur reconocen la existencia de dos divinidades, Obassi Osaw, el dios celeste y Obassi Nsi, el dios terrestre. La brujería (ojje) se derivaría del primero, mientras que toda buena magia es atribuida al segundo. En Dahomey, la magia (gbo) viene de Mawu, “el símbolo genérico de la divinidad”, como fuente última por intermedio de su hijo más joven, Legba.

Los Arekuna, una tribu caribe del sureste de Venezuela, atribuyen el origen de la magia a un piai mítico, un hombre-medicina. Este, habiendo encontrado cinco niños que habían huido hacia el bosque, los formó en las artes mágicas y les dio tabaco y otros remedios para ellos mismos y también para todos los médicos que los seguirían. Los Arawak de Guayana británica tienen un héroe cultural, Arawanili, que fue iniciado a los misterios de la magia por un espíritu fluvial. Los Cayapas de Ecuador consideran a sus espíritus como magos muy poderosos tanto en el bien como en el mal, y creen que es gracias a ellos que los hombres adquieren el poder de practicar el arte de la magia. Los antiguos mexicanos creían que sus ritos mágicos les habían sido enseñados por dos divinidades: Oxomoco y Cipactonal.

El mito Navajo de los orígenes cuenta que el primer hombre y la primera mujer aprendieron los “misterios temible” de la brujería, durante el curso de una visita a la montaña donde residían los dioses12.

En la mitología de los Tlingit del sur de Alaska, Yehl - el Cuervo - ocupa un lugar de primer orden. Es el creador de los hombres y su benefactor, pero es también él quien les ha enseñado el arte de la brujería durante su vida terrestre.

Todos los encantamientos de los Koriak siberianos les han sido legados por el Creador, quien ha querido facilitar su lucha contra los espíritus de la enfermedad. Con su mujer, juega un papel activo en todos los encantamientos. Los Buriates dan el nombre de “herreros” a los espíritus, buenos o malos, a quienes los hombres deben sus poderes ocultos. (Hemos visto precedentemente la importancia del herrero en las campiñas europeas, donde a menudo es también el “brujo”). Estos “espíritus” fueron en efecto los primeros en enseñar a los hombres el oficio de herrero al mismo tiempo que el arte de la magia13.

En el pensamiento de los primitivos, las cualidades de los objetos son entidades sustanciales a la vez separables y transmisibles. La comunicación se produce lo más a menudo por contacto corporal: tacto, absorción de alimento o de bebida, relaciones sexuales. El contacto puede revestir también otras formas: una mirada, un gesto, una palabra. Mejor aún, la simple vecindad (real o supuesta) de dos objetos puede resultar en una transmisión de las cualidades. Esta “sustancialización de las cualidades” como se le ha llamado, se aplica a todas las cualidades físicas tanto como a las psicológicas.

Los indígenas de las Islas Marshall están convencidos que aquel que ha comido de una fruta madura caída y reventada, caerá él mismo de un árbol y estallará de la misma manera. El Basuto lleva sobre su pecho un insecto que sobrevive largo tiempo a la amputación de sus patas: así espera apropiarse de su sorprendente vitalidad. Los Azandé del Sudan anglo-egipcio colocan granizo sobre el pecho de sus niños para que tengan sangre fría cuando crezcan. En una de las islas del estrecho de Torres, los jóvenes bebían el sudor de un guerrero famoso; mezclaban además con sus alimentos, los cortes de sus uñas que habían sido saturadas de sangre humana. Estas prácticas los volvían “vigorosos como la piedra y sin miedo”. Se relata que entre los Dayak marítimos de Borneo, el obsequio de un diente de tigre a un jefe lo vuelve un amigo de por vida. Éste no osaría faltar al donante ni serle infiel, de miedo a ser devorado por el tigre. Un Zulú a punto de atravesar un río infestado de cocodrilos, mascará un poco de excremento de cocodrilo y lo esparcirá sobre sí a manera de protección. Algunos africanos del Este no se aventuran en una región infestada de leones y de leopardos sin proveerse de garras, dientes, bigotes de estos animales, que ellos cuelgan alrededor de sus cabezas.

El rito mágico implica normalmente un acto manual, una expresión oral (fórmula o encantamiento) y el empleo de un cierto material inanimado (encanto o “medicina”) que posee un poder oculto por sí mismo o en virtud de una atribución. No hay ninguna razón para considerar uno de los tres elementos como primario y los otros como derivados, puesto que un sistema de magia puede poner el acento ya sea sobre el acto manual, sobre la fórmula o sobre el encanto. Se sobreentiende además que, cuando se les encuentra combinados en un rito particular, uno de ellos puede tomar mayor importancia en el espíritu del operador. Los tres son susceptibles de una extensión considerable. Simples actos manuales pueden finalizar en rituales extendidos; los encantos pueden multiplicarse y diversificarse sin límites. El arte de la magia tiende a complicarse más y más, a incrementar su esoterismo, finalizando por ser su práctica el monopolio de un cuerpo profesional de taumaturgos.

Cumplido como se debe, el rito mágico tiene una eficacia que se agrega a aquella de los elementos constituyentes. El operador debe escoger una ocasión propicia y el lugar conveniente. Puede suceder que deba reiterar su acción, enteramente o en parte, varias veces, siguiendo el carácter místico o simbólico tan a menudo atribuido a algunos números. Debe además ser él mismo calificado como oficiante, a menudo por la observación de los tabúes alimentarios y sexuales, por abluciones preliminares y por llevar un vestido apropiado especial. Reunidas estas condiciones, él ejecuta sus actos, pronuncia sus fórmulas y pone en juego sus encantos. En fin, como se ve, las prescripciones mágicas están nítidamente diferenciadas y separadas de aquellas de la vida corriente.

En lo concerniente a los números, a menudo hemos tenido ocasión de mencionar sus características (ver en particular el Libreto No. III); la famosa cifra 7 que se presenta en todas partes, y en magia igualmente el 4 que simboliza ante todo los elementos (tierra-aire-fuego-agua), representados por otro lado, en el ceremonial, bajo formas diversas (sobre el altar están dispuestos: la reliquia que representa el elemento “tierra”, que puede ser la Biblia o el Libro de las ceremonias, el turíbulo o incensario para dar nacimiento al elemento “aire”, los cirios que caracterizan el “fuego” y la copa el “agua”). Estos símbolos existen en las operaciones mágicas de los más antiguos pueblos así como también en las religiones modernas (la Iglesia católica misma ha conservado este ritual).

En las pequeñas islas de las Nuevas-Hébridas, el número 4 y sus múltiplos pasan por significar “consumación” o “perfección”. Casi toda operación mágica pone en el centro cuatro objetos, o aún se desarrolla en cuatro tiempos (como las fases de la Luna) o bien el encantamiento está compuesto de cuatro partes (como la Tesis, la Antítesis, la Síntesis y la Matesis) o también se pronuncia cuatro veces seguidas (como para atestiguar el valor del axioma célebre: Saber-Querer-Osar-Callar).

En África entre los Akikuyu de Kenya, la cifra 7 es la menos fausta de todas en la adivinación ejercida por los hombres-medicina. (En el simbolismo actual, también algunos consideran el 7 como nefasto y cifra de muerte, siendo ligado al planeta Saturno de influencia negativa y maléfica, pero otros ven el número 7 como sagrado.)

Entre los Pie-Negros, el número siete era sagrado. Ellos llamaban a las Pléyades con un nombre que significa “las siete perfectas”.

La cifra nueve es igualmente vista como “sagrada” para algunos y maléfica para otros (es el símbolo de la renovación, de los 9 meses de gestación, es la simiente, y si a veces indica la muerte, sitúa también la reencarnación)14

Entre los Goldi y otras tribus Tunguses se venera el 9; el chamán siberiano y sus asistentes dibujan, bailando, nueve círculos, o un múltiplo de nueve.

Hemos visto también que el oficiante de magia tenía a menudo un traje especialmente apropiado para las ceremonias, esto está en curso desde hace mucho tiempo y en todas las tribus, su uso se conserva inclusive en la Iglesia católica, donde el sacerdote lleva vestidos especiales durante la misa.

En ciertas regiones, la desnudez parcial o total del oficiante es indispensable en los ritos mágicos. En la Isla Rossell, una mujer puede practicar también la magia “en virtud de su propio poder intrínseco” a condición de quitarse sus faldas. Según los Maorí, los órganos de la generación estaban profundamente penetrados de mana, el hombre que pronunciaba un encantamiento colocaba pues la mano sobre sus órganos sexuales para reforzar el poder de sus palabras. En la India, la desnudez es muy expandida tanto entre los Hindúes (en particular entre los Saddhus Juna, Nivanjani y los Nirvani) como entre los aborígenes, ya se trate por ejemplo de ritos para hacer cesar la lluvia, dispersar las nubes de granizo o curar la parálisis del ganado. Se la encuentra igualmente en ciertas formas de magia negra.

En Marruecos, donde la brujería se supone dañina la víspera de Año Nuevo, algunas mujeres se desnudan por la noche para ir a escondidas a buscar agua a la fuente de un vecino y hacerla servir en magia maléfica.

Los órganos sexuales tienen un rol en ciertas formas de magia de los Chukchi. Su intervención procura un “suplemento de virtud” a las fórmulas maléficas.

El considerable lugar de los motivos fálicos en los amuletos, las imágenes y algunas actitudes indecentes tiene a menudo la misma explicación. La creencia muy expandida según la cual los brujos, en el ejercicio de sus operaciones maléficas circulan desnudos, se remite al mismo orden de ideas.

Hemos hablado ya de los ritos manuales, pero los ritos orales son también muy importantes. Por otra parte, ambos representan, uno por el simbolismo y la figuración del lenguaje, el otro por los de la acción, el mismo resultado esperado.

La explotación de la fuerza oculta exige, como regla general, una expresión oral de la voluntad del operador, es decir una fórmula o encantamiento. Ciertamente, la voluntad es primordial y se comprende que si el pensamiento puede ya muchas cosas, razón de más cuando ella es manifestada; la mención oral del resultado deseado se convierte para el operador en un medio de producirlo.

En la India, los encantamientos (Mantras) son toda una ciencia, es preciso pues aprender a recitar y no a leer estas fórmulas: el error es más común en la lectura que en la recitación. Por otro lado, esta modalidad se usa en numerosos pueblos, se trata siempre de no equivocarse en las fórmulas bajo pena de accidentes que pueden ser graves. En África como en Polinesia se relata que los efectos pueden ser desastrosos para los brujos que se equivocan en sus encantamientos, el mismo poseedor legítimo (de la fórmula) o los miembros de su familia pueden ser víctimas de un manejo imprudente del mecanismo mágico.

En las Islas Salomón, la palabra akaloa significa a la vez magia y encantamiento. Asimismo, entre los Maorí, la palabra karakia designa una fórmula oral tanto como el término genérico para la magia. Cuando se le pregunta a un indígena anciano aquello que produce el efecto mágico, él responde que es el karakia mismo, la forma de las palabras empleadas.

Entre los Esquimales de Groenlandia, la eficacia de cualquier encanto está subordinada a la aplicación de los encantamientos. Los encantamientos de los esquimales Ammassalik de la costa este de Groenlandia son muy antiguos y pasan, en principio, de una generación a otra por vía de venta. Su poder, dicen ellos, está exclusivamente en las palabras. Los encantamientos son particularmente eficaces cuando uno se sirve de ellos por primera vez, su virtud baja con el uso. No se les recitará pues sino cuando su detentor está en situación grave o cuando se trate de transferirlos a otra persona.

El Navajo igualmente, pretende que no es bueno servirse demasiado a menudo de una fórmula mágica, ya que su poder disminuye con el uso.

Algunas tribus siberianas tienen en gran estima los encantamientos, los emplean en casi toda ocasión. Un Chukchi que conduce a pastar sus renos recurrirá a un encantamiento para abreviar su trayecto. Un individuo que tiene hambre intentará por vía de encantamiento hacer más pequeñas las porciones de los convidados con los cuales él come del mismo plato.

Una variedad compleja de magia oral está constituida por la recitación de historias que relatan la realización de un deseo y a menudo hacen intervenir, especialmente, a un personaje famoso del mito o la leyenda. La influencia oculta puede ser atribuida a la narración en su conjunto o puede estar concentrada en las palabras todopoderosas que encierra, desde las sublimes palabras del Génesis: “¡Fiat Lux!” hasta el: “¡ábrete sésamo!” de las Mil y una Noches.

Hay aun los objetos mágicos. Se distingue a menudo entre los encantos-talismanes, destinados a traer suerte y los encantos-amuletos, destinados a proteger contra un mal real o imaginado. A decir verdad, el mismo encanto puede servir tanto al uno como al otro, o aliar propiedades positivas a propiedades negativas. Muchos encantos no son utilizados ni como talismanes ni como amuletos. En cambio, una multitud de objetos empleados para adquirir sus cualidades se colocan entre los talismanes o los amuletos, sin ser encantos, puesto que no se les atribuye ningún poder oculto.

Se colocará en esta categoría a los tambores, los tam-tam, las trompetas, ciertos objetos muy variados desde piedras especiales u hojas que se considera que tienen virtudes especiales, restos de animales, sobre todo huesos, varas, bastones y naturalmente máscaras.

Algunas tribus de las Islas Fiji reverencian los dientes de marfil de los cachalotes. Un “aura” sutil emanaría de ellos, “que respira el misterio”. Los más santos son conservados en canastos especiales y pocos los ven salvo raros privilegiados que conocen de su existencia. No se les adora, sino que se hace uso de ellos como de mascotas veneradas: ellos encarnan la “suerte” de la tribu.

Los Cherokee, los Greek y muchos Indios de la Pradera tienen objetos sagrados de veneración tribal, por ejemplo la “pipa plana” de los Arapajó y la gran concha de los Omaha.

Muchos de los pueblos primitivos poseen además objetos materiales inanimados, cuyo poder oculto se debe a que son poseídos, temporal o permanente, por seres espirituales: son los fetiches. El espíritu del fetiche no es su alma, su esencia vital. Es un espíritu que se ha dejado atraer plenamente de acuerdo, o habiendo sido acorralado por el hombre en el objeto, se ha incorporado en éste. A pesar de que los fetiches sean generalmente un bien privado, algunos pertenecen al clan, al pueblo o a un cierto grupo social. El poseedor de un fetiche tiene para él los mismos miramientos que para una persona: lo acaricia, lo consiente o hace presión sobre él según las circunstancias. El fetichismo ha alcanzado un desarrollo considerable en África occidental donde fue descubierto y descrito por primera vez. Pero los fetiches son un fenómeno universal.

El fetiche no es el encanto: el primero depende de la voluntad de un ser espiritual que lo habita; el segundo no tiene voluntad propia, opera automáticamente. Pero si se trata de trazar una línea de demarcación entre los dos, encontramos el caso de la plegaria y del encantamiento. Las mismas razones presiden en la selección del fetiche y del encanto; tanto el uno como el otro tienen por objeto atraer la suerte o conjurar la mala suerte en toda clase de dominios; uno y otro pueden ser un objeto de la naturaleza, o un objeto manufacturado. La distinción que los separa depende únicamente del grado de su personificación.

H. Webster, el eminente sabio antropólogo y sociólogo, hace notar que la personificación de antiguos encantos (como de los Zuñi) ha hecho de los fetiches el objeto de las ceremonias que buscan someter sus espíritus caprichosos a los deseos de los hombres. Inversamente, los espíritus de las medicinas (aquellas de los Ga) parecen ser consideradas más o menos como agentes mecánicos desencadenándose en beneficio de aquel que presiona sobre “el botón correcto”. He aquí solo dos ejemplos de un doble proceso contrario, de personalización y despersonalización, siempre en obra.

A. C. Haddon, insiste sobre el hecho de que se trata frecuentemente a los encantos (y a las medicinas) como si éstos poseyeran un cierto grado de vida y de personalidad, pero jamás, parece ser, como la estancia de poderes espirituales. Los indígenas de las islas occidentales del estrecho de Torres tenían estatuillas de madera con la efigie humana, de los madub, que ponían en los jardines. Se imaginaban que, llegada la noche, éstos se animaban y circulaban en los jardines haciendo girar “bullroares”, bailando y cantando para hacer brotar las plantas.

Ralph Linton relata que según la creencia de los Tanala de Madagascar, la virtud de un encanto no hace más que crecer con el tiempo. Algunos encantos son tan poderosos, que se animan y aun se mueven y hablan.

Para el pensamiento de los Esquimales de Groenlandia oriental, un amuleto animal es mucho más que una simple representación del animal en cuestión. “El amuleto vive porque ha sido fabricado durante la recitación de un encantamiento o de un encanto que invocaba las cualidades maestras del animal o una parte de su cuerpo; en todo caso la virtud de estas cualidades está en potencia en el amuleto.”

William Thalbitzer hace notar que en el pensamiento indígena hay poca diferencia entre servirse de un animal o servirse de su representación bajo forma de amuleto, el amuleto tiene la misma virtud de un lado como del otro. Cuando el amuleto es un cuchillo u otro utensilio, los Esquimales están persuadidos de que a la hora del peligro, el instrumento se pone de repente a “crecer, mata o protege a la persona atacada”.

Otro hecho que se ha generalizado mucho es la creencia en los efectos de una mirada fatal echada sobre un individuo o sus bienes. Esta creencia está representada abundantemente entre los numerosos pueblos de cultura inferior y se la encuentra sin diferencia esencial entre los espíritus poco evolucionados de los países civilizados. El origen de esta creencia se encuentra seguramente en la expresividad de la mirada humana, que parece concentrar en ella todo el poder de una persona y la vuelve tanto más poderosa si sus ojos tienen cualquier particularidad, estrabismo, color diferente, doble pupila. Cualquier característica de este género es vista a menudo como el signo de un poder mágico, y cualquier singularidad de belleza o de fealdad puede bastar para atestiguar la posesión del mal ojo. Ese poder temible pasa a veces por ejercerse voluntariamente, sus efectos funestos pueden ser agravados entonces por gestos o palabras. Lo más a menudo, opera sin premeditación y aun a escondidas de su poseedor.

Se encuentra esta creencia en Nueva Guinea donde los brujos Orakaiva no tienen más que fijar la mirada sobre la víctima deseada para hacerla caer enferma. La creencia existe también en las islas de Melanesia. En la Isla Eddystone (Archipiélago de Salomón), el njiama, el hombre del mal ojo, causa la enfermedad de la garganta, la hemorragia y la muerte rápida. Los indígenas de las Nuevas-Hébridas creen que el mal ojo penetra más fácilmente por los orificios del cuerpo humano, sobre todo por los genitales; así, tanto los hombres como las mujeres ponen mucho cuidado en cubrir sus partes sexuales. Los hombres envuelven el pene (excluyendo los testículos) en varios metros de calicó u otros materiales, esto da una masa de unos sesenta centímetros que son obligados a retener en su cintura. A. F. R. Wollaston insiste sobre el hecho de que debe tratarse de una intención mágica lo que inspira el único artículo de vestir de los pigmeos Tapiro de Nueva Guinea Holandesa. Se trata de un estuche voluminoso hecho de una calabaza, que sirve para recibir el pene, y alcanza a veces unos treinta y cinco centímetros de largo, o sea más del cuarto de la talla misma de un pigmeo. Los indígenas sienten una extrema repugnancia a mostrarse sin esta protección. El uso del envoltorio del pene, tanto para guardarse de los “males sobrenaturales” como con fines de protección, está testimoniado en muchas tribus de Brasil. (Rafael Karsten confirma igualmente la cuestión).

La creencia en el mal ojo parece generalizada, aun un poco, en todas las poblaciones; se la encuentra tanto en las campiñas de Europa como entre las tribus de África o entre los indios de América. Sobre esa cuestión se podrán leer los trabajos de E. Westermarck (Ritual and belief in Morocco, Londres, 1926), este autor hace notar que en esa parte del mundo árabe, es difícil distinguir entre el terror del mal ojo y el miedo de los jnûn, los espíritus. Las malas acciones del mal ojo y aquellas de los espíritus coinciden a menudo y es preciso decir lo mismo de los encantos de protección o de alejamiento.

En Nigeria del Norte, donde el mal ojo es particularmente temido, no es raro que los jefes y los sacerdotes se hagan preparar y coman su alimento en secreto, para evitar la mirada maligna de los brujos. En cuanto al hábito de los jefes nigerianos de hablar escondidos detrás de cortinas, algunos indígenas ven en ello una precaución contra el mal ojo de los sujetos, otros una precaución de los sujetos hacia aquel del jefe. Los indios de Nicaragua atribuían a algunas gentes una mirada mortal, particularmente peligrosa para los niños. Todos los Chorti de Guatemala poseen el mal ojo y golpean con él a otros por simple despecho o celos. Se encuentra una noción análoga entre los Cuicatec, tribu del estado mexicano de Oaxaca. La creencia en el mal ojo les es familiar a los indios Navajo, sobre todo a las mujeres.

Al mismo tiempo que el mal ojo, puede haber también un don natural de la mala lengua. Que un Ifugao, afligido de “verbo destructor”, comente delante de la cerda de su vecino rodeada de su camada: “¡que hermosa camada de puercos tienes!...” basta para que los animales mueran sin duda alguna.

Estamos aquí con el poder del Verbo que existe en todas las Magias, lo cual nos lleva a considerar al “mago” profesional o al menos la religión mágica. Es de esta “magia exótica” que vamos a hablar, de esta magia comprendida en el sentido habitual, de estos dones y poderes del “mago” profesional que puede ser también un chamán poseído, por intermitencia o de manera continua por un ser espiritual que se expresa por su boca e inspira sus actos. Por diversos medios, el chamán se hunde en un estado de hipnosis y de disociación mental en el cual tiene visiones que le parecen reales, goza de una segunda vista, revela cosas futuras o escondidas, cumple hazañas imposibles al común de los hombres. Este tipo es más corriente en Melanesia, Polinesia, Micronesia, Indonesia, Malasia, en India Meridional (Dravidianos), en África, en Asia septentrional, entre los Esquimales. Se encuentra también en algunas tribus amerindias.

Es pues la cuestión del Chamanismo que será el objeto de nuestro próximo capítulo.





Diciembre de 1958

(Continúa en la próxima publicación)







1 Camilo Arambourg tuvo hasta estos últimos años la cátedra de paleontología del Museum.

*NT: supernatural, que viene de arriba.

2No se debe confundir el término badi conBodi (o mejor Bodhi) que es para los Budistas: la Conciencia Universal”. En lengua pali Bodhi significa Sabiduríapero se entiende más a menudo como Verdad”.

3Es el aspecto femenino de la Divinidad en acción y es esta Fuerza” la que los Yoghis emplean para la subida de kundalini a través de los chakras para obtener la iluminación (ver detalles también en el Folleto N° IX).

4Hemos hablado ya (en el inicio de esta serie de Propósitos”) de esta tribu del Oeste Africano que cuenta con seis millones y medio de miembros y que ha sido reconocida por numerosos sabios europeos y americanos como los descendientes directos del primer hombre y de la primera mujer. Su sede en I´fe (Nigeria) sería el “jardín del Edénoriginal donde habría vivido Odudua (hijo de Dios), el primer hombre de la tierra.

5Entre los Berberes del Rif (desierto), la baraka es ordinariamente el privilegio de los Descendientes supuestos del Profeta. Ella reposa sobre la emanación mágica” que ellos toman del Profeta por vía de herencia. El individuo que la posee puede predecir el porvenir, hacer milagros, curar o matar con su tacto o empleando un objeto que ha estado en contacto directo con su cuerpo, un pedazo de vestido, un pedazo de pan o un huevo sobre los cuales ha colocado sus labios.

6Hemos hecho notar ya en varias ocasiones que no se debe confundir al mago (magiciano) manipulador, ilusionista o titiritero en las atracciones de ferias, con el magista que es el operador de la magia ceremonial (oficiante de las ceremonias) y en fin, con el Mago, título reservado a aquel que ha calado los Misterios de todo esoterismo.

**NT: en el original francés no se encuentra el término “faquirismo” sino “astrología”.

7Se trata del manual de magia práctica elaborado por Alberto el Grande (Albrecht de Groot), teólogo del siglo XIII. Nominado al Obispado de Ratisbona, él dimitió en 1263; tenía reputación de brujo y fue muy conocido por sus numerosas obras de alquimia. Murió en Colonia en 1280. Fue el maestro de Santo Tomás de Aquino (el doctor evangélico sobre el cual reposa el dogma de la Iglesia católica romana), este célebre teólogo fue también un astrólogo reputado, como su maestro; escribió también numerosas obras sobre alquimia, pero su gran obra es la “Suma”. Albrecht de Groot (Albertus Magnus) fue canonizado en 1934. Con el Gran y Pequeño Alberto”, los libros “Dragón Rojo”, “Gallina Negra”, son las obras más usadas dentro de la magia popular en Europa, junto a los Tratados de los Papas citados más arriba.

8Ver nuestra explicación detallada en la página 116 del libro “Los Grandes Mensajes” (Primera Edición)

9Lo hemos explicado ya varias veces en artículos y citado igualmente en la pág. 154 del libro “Los Grandes Mensajes (Primera Edición).

10No pasa un mes o siquiera una semana sin que la Orden de los Médicos persiga por medio de la justicia a un curandero” o a un doctor-milagrocualquiera, sin diploma o derecho de ejercer. Esto sucede en casi todos los países y los tribunales se encuentran muy a menudo en dificultad de ejercer justicia, en vista de que hasta el presente, la ciencia oficial era incapaz de hacer aquello que esos pseudo-médicoshabían podido realizar en numerosos casos y así se encuentra en la obligación de reconocer poco a poco, el poder de los magnetizadores, astrólogos, radioestecistas, etc...

11Se ha descubierto en Asia como en África numerosos instrumentos quirúrgicos que datan de milenios; igualmente cráneos con huellas de trepanaciones, lo cual probaría que desde hace largo tiempo los antiguos conocían métodos apenas enfocados desde hace poco por los modernos sabios occidentales.

12 El primer hombre y sus ocho compañeros vivían en el cuarto de los doce mundos subterráneos. Ellos fueron los primeros brujos y la causa de la enfermedad y de las afecciones mortales”.

13 Esta teoría del herrero ligado a la Magia existe en diversos pueblos, se la encuentra inclusive en Japón. C. Gagnolo relata igualmente que los Akikuyu de Kenya se dirigen secretamente a un herrero en busca del más poderoso y más destructor de los anatemas. “¡Que los miembros de esta familia tengan el cráneo aplastado como yo aplasto este hierro con mi martillo! ¡Que sus entrañas sean asidas por las hienas como yo tomo este hierro con mis tenazas! ¡Qué su sangre brote de sus venas como las chispas vuelan bajo mi martillo! ¡Que su corazón se congele de frío como yo enfrío este hierro en el agua!”. Se dice que estas maldiciones producen sus efectos sobre las personas aludidas, aunque estuviesen a cien millas de distancia.

14Ver “Grandes Mensajes”, página 144 (Primera Edición)